Por Jaime Septién

Nunca estaré de acuerdo con la violencia. Es la salida de quien carece de argumentos. Sabe que la razón no le asiste. Por eso golpea, rompe, tira, ultraja. Primero es el insulto. Después, el trancazo.

Estos días hemos visto cómo México se degrada. Los manifestantes vociferando insultos y deteniendo a golpes el coche de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña, responden a una mano invisible. Una mano cobarde. Piden lo que la Corte no puede dar: olvidar el marco legal, doblar la Constitución.

La forma como actuaron pone los pelos de punta. Mañana, un deschavetado puede atentar contra ella, contra los demás ministros. Carecen de fundamento. Por eso agreden. Son tan inútiles como los que golpean el coche del presidente o arrojan tomates podridos a un candidato.

Malos presagios. Augurios de revueltas y de sangre. México tiene tanta muerte acumulada como para dejar correr estos exabruptos o calificarlos como “manifestaciones populares”. Insisto: la violencia es un camino de ida, no de vuelta.

Tenemos que construir una sociedad decente, donde la autoridad no humille al ciudadano, y una sociedad civilizada, donde los ciudadanos no se humillen entre sí. Abrirse camino a culatazos es como querer salir del fondo del mar tirándose del cabello. La violencia, señoras y señores, es una apuesta de suma cero.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de mayo de 2023 No. 1452

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