Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión homilética del 28 de mayo de 2023
Hoy cumplimos los cincuenta días de fiesta por la Pascua de la Resurrección de Jesús y así termina la liturgia el tiempo pascual, en este día del Espíritu Santo. Y se apaga el cirio pascual.
Como todos conocemos, la confusión que reina dentro y fuera de la Iglesia es tanta y tan peligrosa que pone en riesgo la salvación de muchas personas.
Por eso, comenzamos nuestra reflexión pidiendo al Señor, como la primera comunidad cristiana:
«Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu Palabra con toda valentía; extiende tu mano para que se realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu siervo santo Jesús».
Una petición inspirada en la Secuencia del día
Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo. Ven, tú que eres el dulce huésped que habita en nuestra alma y nos permite descansar en tu amor.
Ven Espíritu Divino, danos tu luz para que podamos distinguir y vencer el pecado.
Fortalece nuestro corazón para que con tu agua divina podamos dar el fruto que tú esperas de nosotros.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor.
Hechos de los Apóstoles
Fieles al pedido de Jesús los apóstoles permanecieron reunidos en el cenáculo esperando el cumplimiento de la promesa.
«De repente un ruido del cielo, como un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban». Al mismo tiempo, aparecieron unas como lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno y todos quedaron llenos del Espíritu Santo.
A partir de ese momento, los apóstoles cobardes se convirtieron en grandes apóstoles y, ese mismo día, comenzaron a anunciar el mensaje de Jesucristo.
Salieron y al ver la multitud que se había congregado comenzaron a anunciar a Jesucristo.
La maravilla que advirtió la gente fue que, siendo todos ellos judíos de una sola lengua, todos podían entenderlos en sus distintos idiomas, por lo que, a ese hecho, desde entonces, lo llamamos el «don de lenguas», fruto del Espíritu Santo.
Salmo 103
En este día la Iglesia nos invita a admirar la grandeza del Señor que, en Pentecostés, hizo maravillas para que apareciera su poder:
«Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor. La tierra está llena de tus criaturas…
Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras».
San Pablo
Nos advierte la importancia del Espíritu Santo ya que sin Él ni siquiera podemos decir «Jesús es Señor».
Por eso, todos los milagros que hicieron los apóstoles en el nombre de Jesús los hicieron movidos por el Espíritu Santo.
A continuación, nos advierte el apóstol que en la Iglesia hay multitud de dones y ministerios y también diversidad de funciones, pero todo esto es obra del único y mismo Espíritu Santo que, mediante la diversidad, busca la riqueza de la Iglesia.
Pidamos también nosotros que Jesús nos comunique el don del Espíritu Santo para santificarnos y para que sea eficaz nuestra evangelización.
Evangelio
Nos cuenta San Juan que el mismo día de la resurrección, por la noche, Jesús se presentó con las puertas cerradas en el cenáculo y les hizo tres grandes regalos:
Primero, la paz, que es el nuevo saludo del Resucitado: «Paz a vosotros».
En segundo lugar, constituye a los suyos en apóstoles con estas hermosísimas palabras: «Como el Padre me ha enviado así también os envío yo».
Es la misma misión de Jesús que va a continuar la Iglesia a través de los siglos.
El tercer regalo es el poder de perdonar los pecados en virtud del poder del Espíritu Santo:
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados…».
De esta manera la fuerza del Espíritu Santo se convierte en el gran regalo de Jesús a la Iglesia naciente.