Por P. Fernando Pascual

No resulta fácil hacer un panorama sobre los diferentes ataques y críticas contra el cristianismo a lo largo de los siglos.

En el mismo Evangelio se narran varios de esos ataques, dirigidos directamente contra Cristo y contra sus discípulos: no respetar la ley, poner en peligro al Templo (o al pueblo), blasfemia, comer con los pecadores…

En el mundo romano, los cristianos fueron perseguidos como potenciales enemigos del Imperio, o como si constituyeran una secta destructiva, o bajo acusaciones terribles.

En otros lugares, el cristianismo fue presentado como algo contrario a las costumbres, a las tradiciones, a la misma identidad cultural de pueblos que se consideraban autosuficientes, superiores, o simplemente casi perfectos.

Con el desarrollo de ideas filosóficas modernas y de proyectos políticos, de tipo liberal o totalitario, los cristianos fueron presentados como irracionales, como enemigos de la libertad, o del Estado, o de la raza, o de las clases oprimidas.

En nuestro tiempo no faltan las críticas. Algunas tienen raíces intelectuales: el cristianismo se resistiría a la modernidad, iría contra el espíritu del tiempo. Otras se basan en condenas contra el pasado de la Iglesia (Inquisición, leyes eclesiásticas aplicadas al ámbito civil).

Un buen número de críticas recientes acusan a la Iglesia católica de intolerancia hacia ciertos colectivos, de promover una ética irrealizable o enemiga de lo humano, de falta de actualización, de opresión de las conciencias.

La lista puede alargarse mucho, pero muestra cómo el fenómeno cristiano, presente sobre todo en la Iglesia católica fundada por Cristo, suscita reacciones de hostilidad, a veces de rabia, como si los bautizados convencidos fueran peligrosos enemigos de la humanidad.

Aunque nos cause pena ver tantos ataques, no podemos olvidar que el mismo Cristo anunció que seríamos perseguidos, incluso hasta el extremo de que algunos pensarían dar gloria a Dios al condenar a los cristianos.

Sabemos, sin embargo, que el Evangelio sigue adelante, que la Iglesia católica ha pasado muchas tempestades, y que confía en la fidelidad de Cristo, que prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo.

Mientras vuelve el Señor en su gloria, para juzgar a vivos y muertos, nos toca soportar con paciencia las pruebas y los ataques del presente, perdonar a quienes nos persiguen y rezar por ellos, y suplicar ayuda a Dios, para que podamos mantener la lámpara encendida hasta el día de su regreso…

 

Imagen de GLady en Pixabay


 

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