Por Alejandro Cortés González-Báez
No cabe duda que hoy en día educar a los hijos es una labor ardua, y si a esto le sumamos que los padres de familia no han sido preparados para ello, los resultados de esta misión suelen quedar muy lejos de las aspiraciones de quienes los engendraron.
En la mayoría de los casos se confunde la educación con una serie de indicaciones y órdenes que suelen repetirse hasta el hartazgo creando un ambiente tenso y desgastante en todos los miembros de la familia. Dichas exigencias suelen aparecer en tonos de regaño, con gritos, e incluso, con amenazas. Así pues, solemos escuchar: ¿Cuántas veces te tengo que decir que recojas tu cuarto? Ya deja ese celular. No te pelees con tus hermanos. Tiende tu cama. Ya métete a bañar. Haz tu tarea. ¿Y si tus amigos se tiran por la ventana, tú también te tiras? No me tuerzas la boca…
Este tipo de reclamos no pueden favorecer el amor a las virtudes necesarias para formar personas maduras que vivan el respeto, el orden, la responsabilidad, el espíritu de servicio, la puntualidad, la limpieza, y muchas otras que los capaciten para una vida sana y armoniosa; hábitos que los conviertan con el paso del tiempo en buenos esposos y buenos padres de familia.
Está claro que en la medida en que los papás necesitan levantar la voz para conseguir que sus hijos los obedezcan, van perdiendo su autoridad moral, y como el tiempo no se detiene, y los hijos van creciendo e independizándose, aparece la sensación de fracaso. Más tarde no debe extrañarnos que los hijos terminen divorciándose, pues no se les ayudó a madurar en aquellos hábitos tan necesarios para sacar adelante un matrimonio.
Uno de los factores más nocivos en la labor educativa es el ambiente relajado y subjetivista, en que nos hemos acostumbrado a vivir. Esto tiene mucho que ver con lo que Zygmunt Bauman denomina como “Modernidad Líquida”, en la que desaparece la estabilidad de la realidad y todo queda a merced del pensamiento individual y de los caprichos de cada persona. Desapareciendo los valores, los compromisos, las leyes y las normas con los que se han creado las sociedades sanas.
Ese ambiente es como una aspiradora gigante que se traga a niños, jóvenes y mayores, por medio de los medios electrónicos, las redes, los espectáculos, las fiestas…, en fin, de tantos medios que no tienen límites, pues muchos están convencidos de que el valor máximo está en la libertad absoluta. Lógicamente lo que absorbe esa aspiradora es el polvo, lo que no pesa, los trapos, el papel, pero no puede tragar lo que está bien sujeto, lo que tiene peso, lo que es sólido y grande. Así pasa con las personas; muchas son chupadas por el ámbito donde se mueven pues carecen de una personalidad bien cimentada y madura que esté anclada en valores objetivos y en una vida equilibrada y coherente.
Obvio: Hoy es muy difícil educar a los hijos, pero no hay tarea más importante por la que valga la pena luchar.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de junio de 2023 No. 1456