Por P. Fernando Pascual
Sócrates, tal como aparece en un diálogo escrito por Platón, estaba convencido de que un castigo adecuado ayuda a curar uno de los mayores males del alma: la injusticia.
Para ello, recurría al paralelismo con la medicina. Como el enfermo busca al médico y acepta terapias, a veces dolorosas, con la esperanza de ser curado en el cuerpo, así quien comete injusticia, para salir de su mal interior, necesita castigos que le ayuden a curar el alma.
Además, insistía Sócrates, el castigo de los jueces, cuando es adecuado (cuando es un “castigo justo”), tiene mayor importancia que la curación del cuerpo, pues para cada persona resulta mucho más grave cometer injusticia que enfermarse.
Por ello, Sócrates creía que el castigo es beneficioso, pues el castigo “modera a los hombres, los hace más justos y viene a ser como la medicina de la maldad” (Platón, Gorgias 478d).
Desde luego, es mejor evitar la enfermedad que tener que ir al médico. Igualmente, es mucho mejor no cometer injusticias que tener que recibir un castigo por parte de los jueces, como recuerda Sócrates en el texto antes citado.
Pero si uno comete injusticia, según Sócrates, necesita cuanto antes pedir su “medicina”, su castigo. Por ello, si es consciente de la gravedad de su situación interior, deseará ser reprendido y castigado para curar el mal de su alma.
De este modo, según el texto antes citado, cuando uno comete injusticia, “es preciso que vaya por propia voluntad allí donde lo más rápidamente satisfaga su culpa ante el juez, como iría ante el médico” (Platón, Gorgias 480a).
Resulta fácil intuir cómo muchos hombres reaccionarían hoy de modo semejante a como lo hicieron ante estas afirmaciones provocativas de Sócrates: con desprecio, con insultos, incluso con palabras fuertes de condena ante afirmaciones que eran vistas como irreales y absurdas.
Sin embargo, si lo más importante es la propia integridad ética, si vivir en la justicia es mucho más precioso que la salud, el razonamiento de Sócrates conserva una actualidad sorprendente.
En cierto sentido, las reflexiones socráticas nos recuerdan una enseñanza fundamental del Evangelio: no sirve para nada ganar el mundo si uno mismo se pierde, si daña su alma (cf. Lc 9,25).
Como también nos recuerdan otra famosa frase de Cristo “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mc 2,17).
Ciertamente, el “castigo” que ofrece Cristo resulta sorprendente, pues se trata de la misericordia… Pero la misericordia no borra los daños que uno haya cometido ni el deber de pagar a la justicia por aquellos actos que, además de ser pecado, constituyan delito en el ámbito civil.
El castigo, así vivido, ayuda a curar el alma del peor de los males, al reparar los daños provocados a víctimas inocentes, al mismo tiempo que promueve en el culpable esa renovación que permita amar la justicia y acoger la misericordia que salva.