Por P. Fernando Pascual
Hay muchas tareas que llevar a cabo en la familia, en la oficina, en el taller, en el hospital, en la parroquia. Son tareas que se hacen mucho más llevaderas si todos (o al menos la mayoría) colaboran.
Por desgracia, en muchos grupos humanos hay quienes se escabullen, sobre todo en tareas que implican tiempo, sudor, y aprender a convivir con quienes piensan de otra manera.
En grupos grandes, los no colaboradores pueden pasar más o menos desapercibidos si son pocos: la mayoría arrima el hombro y la tarea sale adelante.
Pero en grupos pequeños, la presencia de no colaboradores aumenta el peso en quienes asumen la responsabilidad y ponen manos a la obra.
Por eso es tan importante crear una actitud interior y modos concretos de estar siempre disponibles, para que ante las diferentes tareas sean muchos los que cogen la escoba o el trapo de polvo, o traen su computadora y empiezan a llenar formularios.
Vivir constantemente como colaboradores puede resultar cansado. Basta con pensar en tareas que duran meses, como cuando la familia distribuye los tiempos para atender al padre anciano o enfermo.
Pero siempre será bello, e incluso más fácil, si muchos asumen su responsabilidad y, sobre todo, viven generosamente, dispuestos a dar una mano allí donde haga falta.
Entonces se hace realidad aquella enseñanza de Cristo: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35). Porque siempre causa alegría sentirnos unidos en un proyecto, en un esfuerzo, que se hace realidad cuando muchas manos de colaboradores se ponen a la obra, con esperanza y, sobre todo, con cariño.
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