Por P. Fernando Pascual
Encontramos en las familias, en el trabajo, en las parroquias, en la sociedad, personas que se dedican a la intriga, que buscan solo sus intereses, que denigran a otros, que no colaboran, que llegan incluso a pequeños robos.
Son personas que hacen mucho daño: dividen entre sí a los familiares, crean tensiones en la oficina, destruyen la armonía en la parroquia, generan conflictos en las sociedades, sobre todo cuando esas personas reman contracorriente y desgastan a los que desean trabajar en serio.
Existen otras personas, en diferentes ámbitos, que colaboran, que escuchan, que buscan soluciones, que se sacrifican cuando hay que poner en marcha un esfuerzo concreto para solucionar el problema que acaba de surgir.
Estas otras personas promueven armonía en las familias, estimulan en el trabajo, construyen en la vida parroquial, y ayudan a alcanzar mejoras en las sociedades.
Duele constatar cómo el primer grupo de personas actúan en contra del bien común, desde perspectivas de egoísmo, o de ideologías distorsionadas, y cómo usan cualquier medio, incluso a través de acciones delictivas, para avanzar en su “agenda”.
Genera paz encontrarse con personas del segundo grupo, pues son precisamente los generosos quienes llevan adelante un buen entendimiento y el logro de importantes objetivos que benefician a todos.
Al constatar la diferencia entre estos dos grupos, viene a la mente la parábola de la cizaña y el trigo (cf. Mt 13,24-30). Tal vez nos cuesta comprender que la cizaña tenga tanta fuerza y produzca tantos daños, sobre todo en quienes buscan vivir según el verdadero amor cristiano.
Ante el misterio de quienes buscan solo satisfacer sus ambiciones y pasiones, necesitamos pedir luz al Señor para mirarnos a nosotros mismos y tener la valentía y la honestidad de ver si no hay algo de cizaña también en nuestro corazón.
Si constatamos que el mal nos ha infectado, podemos pedirle a Dios que perdone nuestras faltas, que purifique nuestras vidas, que nos ayude a reparar el daño que hayamos podido causar a otros.
De este modo, con la ayuda de la gracia, nos apartaremos del riesgo de vivir equivocadamente, y avanzaremos en ese camino maravilloso de quienes llegan a ser trigo en medio de un mundo que necesita urgentemente la ayuda de corazones buenos y generosos.