Por Martha Morales

Mi historia es la historia del hijo pródigo. Nací en Monterrey. De adolescente, quería explorar otras cosas y descubrir más sobre mí mismo. Yo tenía todo en la casa de mi padre. Tenía amigos a raíz de su interés por la música. Yo andaba con inseguridades y las tapaba, no las sanaba; así que empiezo a incursionar en la pornografía y en la impureza para tapar mi inseguridad. Si no ves la muerte como natural, todo se distorsiona y se contamina. Varias personas cercanas murieron. Termine la Preparatoria y me fui de casa, lleve una vida muy mundana. Ya no quería tapaderas para mi inseguridad. Empecé a andar con amigos que traían la misma crisis que yo.

Mi rompimiento con Dios fue lento, pero salir de casa de mi padre fue como un símbolo. Cuando me embriagaba en compañía de amigos, sacaba mis inseguridades y eso te acaba de romper porque nadie te arropa. Hacer confidencias en ese estado te lleva a caer en vacíos. Cuando tropiezas en vacío no ves el piso, es como tropezarse en la noche: No sabes con qué te vas a golpear ni de dónde cogerte. Eso pasa en las relaciones sexuales fuera del matrimonio: crees que tienes todo bajo control y no es así, caes en el vacío. Vuelven a mi mente pensamientos deprimentes.

Estaba en segundo año de universidad, estaba reprobando. No me interesaba nada el estudio; no sabía cuánto gastaba mi papá en mí. Un día me dijo mi padre: ¿No te gustaría estudiar en Estados Unidos en Stubenville? Yo le dije que sí, me fui un verano, me encantó. En enero del 2008 me fui a estudiar la carrera de Comunicación. Allí toqué fondo. Desperté en la casa de un amigo, nos habíamos emborrachado, yo tenía la camisa sucia y me estallaba la cabeza. Me fui a mi habitación y no podía dormir. Pensé: “Me tengo que ir a un lugar silencioso”. Busqué la capilla, era domingo y había Misa. Me quedé y le dije al Señor: “Ya no quiero estar lejos de ti, Señor. Me hartan las cosas, extraño vivir en paz. Quiero corregir el rumbo”.

Me dije: “No tengo brújula. Estoy reventado. Ando en concupiscencias…”. Regresé a Monterrey y traté de portarme bien con algunas excepciones. Le dije al Señor: “Te sirvo pero te deshonro”. Ne di cuenta de que me estaba dañando, había una rotura entre mi alma y mi cuerpo. Esto duró cuatro años, hasta que una amiga me dijo: “No te veo contento, andas deprimido y no eres de una pieza. Necesitas ayuda profesional”. Después de cuatro sesiones me dice la psicóloga: “El problema es que no te amas, no te has aceptado, rechazas tu infancia”. Había empezado a hablar con un sacerdote y le dije; “No quiero orar”. Me dijo: “Lo entiendo, porque no conoces a Dios”. Me hirió, y era verdad, me hirió Dios con la llama de amor viva. Sentí el amor paternal de Dios que exprimía mi corazón con amor, te quebranta y te cura.

Dios no es un padre de acuerdos. Dios sale a buscarte. Toma tu corazón y lo exprime, te convierte, te sostiene y te da vida. Recuerdo que Tomás mete su mano y toca el costado de Cristo y le dice “Señor mío y Dios mío…mi Dios”. Pensé: “Tengo que hablar con San Francisco de Asís”.

Decidí ir dos semanas a Europa y aprovechar para ver a mi hermana que vive en Holanda.

En el primer día del viaje fui a Segovia, donde está enterrado San Juan de la Cruz. En el altar hay una oración que dice: “No me quitarás Dios mío lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero, por eso me holgaré que no tardarás si yo espero. Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son míos y la Madre de Dios y todas las cosas son mías y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Entonces ¿qué pides?, ¿qué buscas alma mía? Tuyo es todo esto y todo es para ti. No te pongas a menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera, gloríate en Su gloria, escóndete en ella y goza y alcanzarás las peticiones de tu corazón”.

Comprendí que, si alguien sabe historias de amor es Dios.

Decido pasar tres días en Asís, apagar teléfonos y guardar silencio. Llegué a Asís, a rezar ante la tumba de San Francisco. Me dije a mí mismo: “Dios no quiere un contrato contigo, o tu servicio. Dios te quiere a ti”.

Comprendí que la mística católica se ha perdido en estos tiempos. La vida mística va a salvar a la humanidad porque es la única manera en que vamos a amarnos a nosotros mismos y a los demás. Si supiéramos lo que valemos, amaríamos la vida… Los que abortan o matan es porque ellos mismos no saben lo que valen.

Cuando regresé dejé que el Señor me mostrara cómo manejar mi vida. Fui con la psicóloga y me dijo: “Ya dejaste de ser niño. Ahora hablas como hombre. Ya no necesitas mi ayuda”,

Volví con el sacerdote y le dije: “Descubrí que no sé nada”. El comentó: “Este es el mejor momento para conocer a Dios”.

Lo primero que descubres cuando Dios te quebranta es que Él siempre ha estado siempre allí, contigo. Ahora sirvo al Seños sin condiciones. Estoy feliz, estoy pleno en Él. Me agarro de tres cosas: de la lectura inteligente de los evangelios, que son un mapa para conocer a Jesucristo. Me apoyo en los santos, en sus escritos, y en los sacramentos.

El protagonista pertenece al grupo musical Jésed.

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