Por P. Fernando Pascual
En el mundo antiguo surgieron voces que avisaban del peligro de un exceso de población, como si tal exceso fuera contrario al bienestar, a la paz, a los equilibrios con la naturaleza.
Además, algunos autores indicaban que los seres humanos con defectos físicos o psíquicos no merecían tener un lugar en la ciudad, incluso que podrían ser eliminados.
Este tipo de afirmaciones no se limitaron al mundo antiguo, sino que reaparecían a lo largo del tiempo. En la actualidad, no faltan autores que repiten ideas parecidas.
Como ejemplo, en mayo de 2023, un importante periódico de España publicó una entrevista a Miguel Beato del Rosal, médico y profesor, que recalcaba nuevamente que “somos demasiados humanos” y, por lo mismo, “nos estamos cargando el mundo”.
Además, señalaba que la humanidad camina hacia la involución, porque muchas personas con defectos viven muchos años y dejan descendencia, en contra de lo que ocurriría en un normal proceso evolutivo.
Ante quienes afirman que somos demasiados, es inevitable la pregunta: ¿quiénes sobran? ¿Todos, algunos, los más ricos, los que viven en zonas urbanas casi hacinados, los enfermos crónicos, los que carecen de estudios superiores?
Más de uno ha señalado que normalmente quienes afirman que somos demasiados, señalan a otros y no suelen incluirse en la lista de los “sobrantes”. Quizá alguno, con algo de coherencia, se autoincluya, pero ello no resuelve el problema del “exceso” de población.
Encontrarnos con teorías que sostienen que seríamos demasiados, y que muchos defectuosos estarían viviendo y teniendo hijos de modo “antievolutivo”, invita a una reflexión sobre el ser humano que no se limite a datos estadísticos, económicos o ambientales, sino que vaya a fondo: ¿hay algo en lo humano que fundamente la dignidad de todos y de cada uno?
Solo cuando esa pregunta sea abordada seriamente, podemos alcanzar aquellas ideas que permitan responder a los que dicen que algunos sobran, que habría humanos que no merecerían vivir.
Porque si se demuestra que cada ser humano tiene una misma dignidad, y que esa dignidad consiste en poseer un alma espiritual, un origen que supera lo biológico y que se orienta a una vida eterna, entonces resultaría claro que nadie sobra, pues cada uno vale por sí mismo, aunque no favorezca “mejoras evolutivas”.
En cambio, si se niega la espiritualidad del alma, las teorías de quienes afirman que hay un exceso de humanos adquieren una enorme fuerza. Como también las de quienes afirman, como hicieron en el pasado algunos gobiernos democráticos y los defensores del nazismo, que algunos no deberían tener hijos para promover una mejora de la especie (o de la raza).
Frente a quienes dicen que seríamos demasiados, y que los defectuosos no deberían transmitir sus genes, hace falta volver a los grandes pensadores que han sabido reconocer lo específico de lo humano, que supera en mucho los límites materiales, y que se fundamenta en ese alma espiritual que pone a todos y a cada uno en relación directa con Dios, origen y destino de la existencia humana.
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