Por Jaime Septién
Estos días se discute un proyecto de resolución, en la Suprema Corte relacionado con tres juicios de amparo en los que se reclama la inconstitucionalidad de la colocación en espacios públicos de representaciones del nacimiento de Jesucristo. Dicen que esto viola la libertad religiosa y otros principios como ¡la tolerancia!
Vale la pena recordar el diálogo entre Miguel y el profesor Lucifer, al principio de La Esfera y la Cruz de Chesterton. El profesor dice que el símbolo del cristianismo es el símbolo de la barbarie y de la sinrazón. Miguel le cuenta la historia de un hombre razonable: “Comienza, por supuesto, negándose a tolerar el crucifijo en su casa, ni pintado ni pendiente del cuello de su mujer (…) Después fue haciéndose cada vez más violento y excéntrico: quería derribar las cruces de los caminos, porque vivía en un país católico romano. Finalmente, en un acceso de furor, trepó al campanario de la iglesia parroquial y arrancó la cruz, blandiéndola en el aire y profiriendo atroces soliloquios allá en lo alto, bajo las estrellas”.
Otro día, al regresar a su casa, se fijó en una valla de madera y encontró que estaba hecha de cruces y con un garrote las fue derribando. Llegó a su casa completamente loco. Se acostó en su cama y vio cruces por todos lados. Terminó en el río… Lucifer pregunta si esa historia es verdadera. La respuesta de Miguel es la respuesta que merecerían los que desean eliminar los símbolos religiosos de los espacios públicos en México: “¡Oh, no! –dijo Miguel vivamente–. Es una parábola. Es la parábola de todos los racionalistas como usted. Empiezan ustedes rompiendo la cruz y concluyen destruyendo el mundo habitable”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de junio de 2023 No. 1458