Editorial

Hoy presentamos un monasterio de monjas capuchinas en Salvatierra (Guanajuato). Tienen una necesidad: cinco hermanas con cáncer. Oran, trabajan, son 29 tesoros que tiene la Iglesia. Y poco les prestamos atención. Van envejeciendo y, con ellas, se nos está yendo una de las necesidades más grandes que tiene hoy el mundo: la oración reparadora por los agravios a la Creación.

Como se puede leer en la Carta de san Pablo a los romanos los institutos dedicados por entero a la contemplación, por mucho que urja la necesidad del apostolado activo, “siguen siempre ocupando un lugar primordial en la Iglesia en la que todos los miembros no tienen la misma función”.

En el número 7 de Perfectae Caritatis, (Concilio Vaticano II), señala que estas monjas de vida contemplativa “ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al pueblo de Dios con frutos ubérrimos de santidad, lo arrastran con su ejemplo y lo dilatan con una misteriosa fecundidad apostólica. De esta forma son gala de la Iglesia y manantial de gracias celestiales.”

Gracias que se derraman sobre nosotros, aunque las ignoremos, como tantas cosas ignoramos del tesoro inaudito de nuestra fe. Hace unos años, en Lerma, en España, un monasterio hizo el “milagro” de convocar a muchas mujeres de todos los estamentos sociales, especialmente profesionistas. La mayoría de ellas dijo haber encontrado la felicidad en esa “llamada del amor por el Amor”.

A menudo la buscamos donde no se encuentra. Habría que decirles a muchas mujeres que andan en búsqueda de lo genuino, que aquí hay un camino: no es el más publicitado, lo pintan lleno de espinas. Pero es una flor que fecunda la amistad con el camino, con la verdad y con la vida.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de mayo de 2023 No. 1455

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