Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Nada mas contrario al mensaje de Jesús que sufrir por sufrir. Ciertamente todos sufrimos de diversas maneras, dolores físicos o penas morales o ambas. Qué razón tenían los mexicas, -en parte, cuando afirmaban que todos hemos venido a sufrir. Quizá lo entendían en una línea fatalista.

En esta cultura o subcultura envolvente, el mensaje y la pretensión a toda costa de no sufrir y proclamar e invitar de diversos modos a experimentar el placer omnímodo constituye un sunami imparable e incontenible. La mentalidad hedonista presente en gran parte en los ambientes.

El vacío existencial se quiere llenar con el placer y todo tipo de sensaciones que llevan la marca del ‘ego’. Este es el principio destructor de la persona humana; el olvido del tú y de la comunión del nosotros, antítesis de toda persona, cuya esencia es la alteridad, la apertura sincera, franca y noble por el ‘otro’.

Jesús nos invita a arriesgar todo aquello que está bajo el signo del egoísmo, como condición para seguirlo y participar de su vida plena. Es un morir, para vivir. En este sentido debe de entenderse ‘el tomar la cruz y seguirlo’ (cf Mt 10, 37-42).

Qué importante es no malgastar el sufrimiento. Ha de tener una orientación fundamental y el sello clarísimo del amor: seguir a Jesús, pensar como Jesús, amar como Jesús y en Jesús.

Por otra parte, Dios inventó el placer legítimo y ordenado, según los diez mandamientos, y por supuesto, desde el amor evangélico. Jesús compartía la mesa, el vino y la alegría. Así podemos hacer nuestras las palabras de 1Timoteo 4, 4 quien nos enseña a ver el gusto y la convivencia ‘porque todo lo creado por Dios es bueno y nada hay despreciable si se recibe agradeciéndole, pues la palabra de Dios y la oración lo santifican’. Y aquellas palabras del Eclesiastés o Qohélet, ‘¡Anda! Come tu pan con alegría y bebe tu vino con buen ánimo (9,7). Siempre con la aspiración de gozar del Bien infinito que es Dios mismo, o sea, hasta participar de ‘la suma y perfecta posesión de todos los bienes sin mezcla de mal alguno’, el Cielo mismo, Dios mismo.

No se pierde la propia identidad, sino se pone bajo el signo de Cristo Jesús, el Señor.

Ciertamente el discípulo y seguidor de Cristo y por el nombre de Cristo, podrá sufrir persecuciones, cuando denuncie las injusticias, como san Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, quien fue acribillado por las inmisericordes ametralladoras al celebrar la santa Eucaristía (24 de marzo de 1980), defensor de los derechos de los pobres y ‘voz de los sin voz’, quien afirmaba que ‘nada me importa tanto como la vida humana’.

Por eso buscar el bien y la felicidad para los demás conlleva problemas.

El riesgo del seguidor de Cristo es pretender seguir a Cristo, sin cruz. Predicar a un Dios que es tan misericordiosos que carece de justicia, que el pecado objetivo, no es pecado; que el infierno es asunto medieval para asustar y no un estado de ausencia total de Dios con la ‘posesión de todos los males sin mezcla de bien alguno’, porque se prefirió y se justificó el egoísmo con los cantos adormiladores de la New Age. Eso es perder la vida.

Arriesgarlo todo por seguir a Jesús, significa dar la vida, como él, darse a sí mismo en la entrega total. Así se empieza a vivir la alegría de dar y de darse; sí se puede llegar a la plenitud del gozo del amor, que es la perfecta felicidad.

 
Imagen de StockSnap en Pixabay


 

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