Por P. Fernando Pascual
¿Te resulta fácil dominar los hechos, penetrar en los corazones, construir sospechas y desmontarlas con un golpe de ingenio que deja confundido a tus lectores?
Es maravillosa esa habilidad que posees de narrar historias. Sabes crear personajes, elaborar tramas, desenmarañar misterios, provocar alegrías o congojas en quienes te leemos.
Desde el poder de tu mente y de corazón, penetras en quienes son tus criaturas. A uno lo conviertes en un héroe apasionado. Otro llega a ser un traidor miserable. Aquél es romántico, algo ingenuo pero bueno. Y el más simpático de todos simplemente dice disparates que nos hacen pensar en cosas importantes que la monotonía moderna había dejado en el más completo olvido.
A veces, lo confieso, me enfado contigo. Pudiste dar más lógica a la narración, o evitar un dramatismo exagerado, o simplemente saltarte esta o aquella escena que no venían a cuento. Luego me río de mi enojo: ¿no eres tú el padre de las letras que plasmas con tus manos? ¿No son los personajes tuyos, y sólo tú decides, como novelista inspirado, qué hacen o qué dejan de hacer mientras tu imaginación corre y nosotros seguimos tras tus huellas?
Luego pienso en lo diferente que es la vida real. Si la historia fuese tan fácil como escribir novelas… Pero los corazones, las mentes y los huesos que caminaron en el pasado y que se mueven en el presente, encierran misterios que escapan a nuestra mirada, que ni tú ni yo alcanzamos a comprender del todo, que nos sorprenden con sus traiciones y sus arrepentimientos, con sus egoísmos y sus grandezas.
Veo que muchas veces buscas inspirarte en hechos reales, magníficos o terribles, y que intentas, con mayor o menor acierto, hacer verosímil y aceptable la historia que tejes poco a poco. Pero ¿eres de verdad capaz de conocer lo que hay en otros, de hurgar en vidas que siempre nos sorprenden, de encapsular el misterio profundo de la libertad humana?
Supongo que ya habrás pensado en cómo superar esas barreras que separan tus ficciones y el mundo concreto en el que vivimos. Pero las barreras siguen, porque ni tú ni yo, y a veces ni los mismos protagonistas de los hechos, somos capaces de comprender las riquezas y las miserias que se esconden en cada alma humana.
No dejes, de todos modos, de crear mundos con tu ingenio. Sólo te ruego que escribas desde el deseo de ofrecer mensajes buenos, de ayudarnos a comprender un poco mejor el mundo y la vida con sus misterios. Y, si me permites añadir una sugerencia, no dejes de ofrecer pistas a nuestros ojos interiores para reconocer, como tantas veces tú dices, que cada ser humano es un misterio, grande y mezquino, hermoso y lleno de manchas, capaz de hazañas y de vilezas, pero siempre abierto a novedades que sorprenden, como nos sorprenden esos personajes con que nos hablas en tus novelas, cuentos y leyendas.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de junio de 2023 No. 1459