Por Arturo Zárate Ruiz

El movimiento “woke”, de más de una década, surgió en Estados Unidos para permanecer los negros alertas, despiertos, contra el racismo y otras formas de discriminación.

Bien por la denuncia “woke” contra identificar personas como delincuentes con no más base que los perfiles raciales, a punto que si un policía ve en la calle a un negro lo detiene e incluso le dispara hasta matarlo. Por ello se dieron las protestas de 2014 tras la ejecución de Michael Brown por el policía Wilson, de Misuri, por simplemente aquél ser negro. Algo similar ocurrió recientemente en Francia tras asesinar la policía a un muchacho inmigrante, al parecer, sólo porque no cargaba el carné de identidad. Aquí en México no es inusual que se impida a los que no lucen como del vecindario entrar allí, especialmente si en el lugar residen ricos, que no disculpa que en barrios pobres linchen, nomás porque sí, a los “intrusos”. Se da el supuesto de que porque lucen pobres o distintos vienen a robar. Con todo, tienen ellos, como cualquier otro, el derecho de circular por la vía pública.

Oponerse, pero sin agendas

Sin duda, es correcto y de valientes el protestar y corregir las injusticias. Pero hay que hacerlo bien. En 1978, en donde vivo, unos policías mataron a un estudiante de secundaria y las protestas degeneraron en violencia, pillaje y abusos contra muchachas. Vivales aprovecharon el desorden para incendiar la cárcel, asesinar a rivales y quemar archivos en los juzgados que hubieran permitido arrestar a criminales. Hoy es común en México que mejor no intervenga la policía contra verdaderos delincuentes. Dizque se evita así posibles protestas y desórdenes. Se ha caído en el otro extremo.

En cualquier caso, oponerse a la discriminación es, por supuesto, loable. Pero hacerlo resulta problemático cuando se asocia a toda una agenda “progresista” donde “progreso” significa imponer, entre otras aberraciones, el aborto, la eutanasia, los transgéneros, el odio entre las clases y la “cancelación”.

Una característica del movimiento “woke” es cuestionar que gobiernos y élites promuevan narrativas históricas y culturales que enaltecen demasiado a los “héroes” para desarrollar así una identidad nacional; narrativas que exaltan, por poner un ejemplo, a los faraones sin mencionar siquiera a los cautivos que construyeron las pirámides. En Estados Unidos, Washington y Jefferson son los impolutos y sabios “padres fundadores”; nunca se dice que tenían harenes con esclavas negras. En México, aunque no los preocupe a los “woke”, Juárez y Calles son los arquitectos de la república y de la revolución institucional; de ningún modo se dice que se sometieron a dictados del gobierno yanqui y persiguieron cruelmente a los católicos.

La “cancelación” ocurre cuando los “woke” exigen borrar cualquier recuerdo positivo de personajes de su disgusto, por ejemplo, quitar del Paseo de la Reforma, como ya ha ocurrido, a Colón por haber cometido crímenes —dicen— contra los nativos de América, es más, negarle cualquier mérito, ni siquiera el reconocerle que confirmó la viabilidad de los viajes transoceánicos.

La cancelación incluye la promoción del odio de clases. Porque Colón, Jefferson, Washington fueron “blancos” y élite, a condenar a todos los blancos, aun al limosnero de ojos azules. E incluye censurar discursos y perseguir a las personas que no estén de acuerdo con la agenda “progresista”. Por ejemplo, en 2008 se le impidió al mismo Benedicto XVI hablar en la Universidad de Sapienza, en Italia, por simplemente cuestionar la visión “progresista” sobre el proceso contra Galileo (historiadores como este Papa notan correctamente que en su momento Galileo no probaba un hecho sino sólo proponía la teoría geocéntrica). Hoy muchos profesores e incluso alumnos son vetados o despedidos de universidades norteamericanas y europeas por afirmar la distinción biológica entre el hombre y la mujer, o admitir la humanidad del producto de la concepción en el vientre de una madre.

Los “woke” se convierten así en tiranos que imponen una ideología. Sin reconocer la verdad, para ellos sólo existen las narrativas de clase, y obligan a aceptar la suya para acceder al poder. Es la “dictadura del relativismo” como advirtió Benedicto XVI.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de julio de 2023 No. 1463

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