Por Arturo Zárate Ruiz

Al preguntar para qué la libertad de prensa, lo último que querría es que se me interprete como enemigo suyo. Pero debemos preguntarlo incluso de toda libertad.  Si verdadera libertad, consiste en no tener trabas —como la mentira, la imbecilidad, los vicios, la malicia— para elegir y abrazar lo verdadero, bueno y bello.  Los niños todavía sufren algunas por no haber alcanzado la edad de la razón; los borrachos, los delincuentes las sufren por haber perdido ésta.  Por ello, no son en realidad libres.  Sin razón, no pueden atinarle a escoger lo conveniente. ¿Debe impedírseles, por ello, hablar o publicar escritos? De manera previa, no, pero ¿qué nos pueden ellos ofrecer si los entorpece la insensatez? ¿Es válido, por ejemplo, dar cabida en un periódico a un charlatán para dar consejos médicos?

Pero abordemos antes el problema desde la perspectiva, no del que habla, sino del que escucha, del público.  Lo que se dice hoy en los medios suele dictarlo no quien tiene la palabra, sino la audiencia.  Es la demanda, no la oferta lo que determina que se ve, por ejemplo, en la televisión.  Y el público, no por que goce realmente de libertad, sino por ser esclavo de sus vicios, suele escoger mucha basura.  Así, más del 50% de lo que circula en la Red es pornografía.  Es mucho mayor negocio producir películas pornográficas que las “ligeras” de Hollywood: hay más consumidores, dinero, para las primeras.  Y en periodismo, es mucho mayor negocio publicar nota roja, chismes infundados, horóscopos, muchachas con poca o ninguna ropa que información u opinión política. Que vale el entretenimiento, sí, ¿pero se le ha de confundir con la estupidez, la maldad y la perversión?

Ciertamente la solución a esto no es perseguir a los necios.  Es prevenir o, aunque más difícil, corregir con buena educación su necedad.  Es con el crecimiento de las virtudes que se combaten los vicios.

Hay que notar que este remedio no sólo sirve para corregir las audiencias, también para corregir las publicaciones.  Si las audiencias crecen en virtud, crecerá también su demanda de buena prensa y se reducirá la oferta de basura.  En este sentido, no es la censura sino la formación en los buenos hábitos de consumo de medios que tendremos buen público.

En cualquier caso, hay que notar que publicar basura no está del todo permitido en países en que los gobiernos obligan respetar los derechos de terceros.  En Estados Unidos, aun pequeñas calumnias y la difamación conllevan demandas millonarias por parte del afectado.  Por ello, muchos periódicos y otros medios evitan inclusive la difusión de chismes que, bien fundados, no tienen por qué hacerse públicos, por ser asuntos privados, ni siquiera que Fulano festejó a su madre, simplemente porque ni él ni ella quieren que se sepa.

En algunos países europeos se castigan también las ofensas a la religión, sea musulmana, budista, judía o cristiana, de promover aquéllas el odio y perturbar la paz.  Se comprende este cuidado pues el Holocausto fue consecuencia de la propaganda infame contra los israelitas.  No debe esto volver a ocurrir jamás.

Y, entre otras cosas, se prohíbe y penaliza también el fraude que sigue a publicitar falsamente un producto o un servicio, o describirlo simplemente en términos que se prestan al engaño, por ejemplo, vender un cordón para tender ropa al sol como una innovadora secadora de energía estelar.

En fin, los nihil obstat de la Iglesia no consisten en prohibiciones, sino en autorizaciones.  Solían extenderlos los obispos para garantizar a los fieles que una publicación doctrinal está libre de errores de fe.  Es en ese sentido que debería volver su uso.

No tiene por qué temer la Iglesia que se le critique. De hecho, no hay hoy publicación científica que se respete que no requiera una autorización similar.  Me refiero al «proceso de dictaminación doble ciego por pares académicos» sin el cual no se aprueba hoy ninguna obra como válida académicamente.

En cualquier caso, el mejor remedio contra la mala prensa es la buena prensa.  Es con la abundancia de bien que se puede sofocar y borrar el mal, según el ejemplo de Jesucristo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de julio de 2023 No. 1462

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