Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

“Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”. Albert Camus

El arco de dos mil quinientos años que separa a Homero de San Pablo y de Santa Teresa de Jesús marca tres etapas de la historia de la humanidad: la de la madurez de la palabra escrita, la de su uso para explicar los misterios más inextricables y la posibilidad de servirse de ella para dar cuenta de la más intensa de las relaciones posible.

Sin embargo, todavía debieron transcurrir casi dos y medio siglos para que en el ámbito de España se reconociera y tutelara la libertad de expresión, descrita hace 80 años, en el artículo 19 de la declaración universal de los derechos humanos, en estos más que precisos términos:

“Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, este derecho incluye la libertad de mantener opiniones sin interferencia y de buscar, recibir y difundir información e ideas a través de cualquier medio de comunicación e independientemente de las fronteras; ya sea oralmente, por escrito o impreso, en forma de arte, o por cualquier otro medio de su elección”.

De tal paradigma la libertad de prensa sigue siendo el baluarte de la opinión pública, es decir, el termómetro de la participación democrática y de la madurez social, y lo contrario, la censura, “el último asidero de la tiranía”, en palabras del pionero y paladín de la libertad de prensa, el presbítero y político español don Diego Muñoz-Torrero (1761-1829), vocero insigne del crisol del Estado moderno que fue entre 1810 y 1812 la asamblea constituyente de la monarquía española, congregada en Cádiz para producir la primera Constitución de la hispanidad en todos los tiempos.

Cité al poeta clásico por antonomasia, al Apóstol de los gentiles y a la Doctora de Ávila como figuras colosales de la pluma, pero también como escritores que gozaron de un rango de libertad gracias al cual pudieron pulsar las cuerdas del infinito a despecho de la censura de su tiempo, que oprimió sus vidas y cimbró sus sentimientos toda vez que el precio de ser libre implica también sobrellevar la represión de quienes necesitan convalidar su hegemonía controlándolo todo.

A ese respecto, a comienzos del año en curso 2023 el Papa Francisco, en su mensaje para la 57ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, intitulada ‘Hablar con el corazón, en la verdad y en el amor” (Ef 4,15)’, expuso como achaques propios de nuestra generación, el de la indiferencia y el de la indignación “sobre la base de la desinformación, que falsifica e instrumentaliza la verdad”, subrayando de ese modo el cambio de paradigma que desde hace años contamina la comunicación social respecto al papel y la responsabilidad de los usuarios, su ética como consumidores de medios y servicios y de los principios y criterios gracias a los cuales es posible orientar y formular una ética de la comunicación social que el obispo de Roma condensó en cinco luminosos apartados o condiciones para armonizar este compromiso con la verdad desde el Evangelio: la comunicación de corazón a corazón desde el paradigma “Basta amar bien para decir bien”; hablar con el corazón en el proceso sinodal a cambio de ‘escuchar y de escucharnos’ desde la cercanía, compasión y ternura y el desarmar los ánimos promoviendo un lenguaje de paz.

Creemos, con el sucesor de Pedro, que la conversión del corazón “decide el destino de la paz”; que “el virus de la guerra procede del interior del corazón humano”, y que de la prensa libre, a cargo, especialmente, de operadores de la comunicación capaces de desarrollar “su profesión como una misión”, se desprende como “sentido de responsabilidad” el de “decir la verdad en la caridad, para sentirnos custodios los unos de los otros”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de julio de 2023 No. 1462

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