Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

¿Podría alguien imaginar cuál sería nuestro conocimiento sobre la primera evangelización sin la labor ingente de los cronistas, o de un fray Bernardino de Sahagún por ejemplo? Y, ¿cuál sería la opinión futura de la actual praxis pastoral de la Iglesia, si el estudioso tuviera como única fuente de información la actual página de sociales?  No sólo se trata de reclamar un cierto decoro en el trato, sino de conocer la naturaleza de las cosas, digo de la Iglesia y de su misión salvadora en el mundo. No es que la Iglesia carezca de contenidos comunicables – tenemos el concilio Vaticano II y toda la riqueza subsecuente-, sino porque los condicionamientos de la modernidad nos están exigiendo una innovación de medios y una revisión del mismo lenguaje para su transmisión.

Hace 28 años que se inició este intento con un periódico independiente, manejado por fieles católicos laicos, – los esposos Maité y Jaime Septién-, profesionistas probados, conocedores de su arte, católicos sin aditivos, y sabedores del riesgo que se corría al iniciar una empresa en tiempos tan recios, pero siempre prometedores. “Tejer historias” pidió el Papa Francisco a los comunicadores en su mensaje de junio de 2020, y lo ha repetido de varios modos solicitando narradores, artistas y poetas.

“Tejer historias”, dice el Papa, entrelazándolas con la Gran Historia, la historia de nuestra salvación, cuyo ejemplar modélico está en la santa Biblia. Aquí, la historia de Jesús, se vuelve patrimonio común, parte integrante de nuestra propia historia, donde los protagonistas no son los héroes ni los reyes ni los titanes, como en la épica griega o en la profana, sino actores de la vida diaria como un carpintero de Nazaret, un ama de casa  del vecindario, un pescador del lago de Galilea, un tejedor de tiendas de beduinos o un matrimonio, el de Aquila y Priscila,  empeñosa  y generosa pareja de esposos entregados de lleno al anuncio del evangelio. Todas estas son historias tejidas por los escritores sagrados movidos, no por el lucro ni por el prurito de la fama, sino por amor a Dios presente en sus hermanos. Son pequeñas-grandes historias labradas con el cincel de la palabra de Dios donde lo divino baja hasta lo humano y lo humano queda sobrecogido por lo divino: son los protagonistas de la continuada historia de la salvación.

Pocos entienden esto. Aún de puertas adentro, aunque el título del semanario: El Observador de la Actualidad se lo indique y explique. Porque se trata de “observar”, es decir, de  ver; y  después, de mirar; y más adelante de observar;  y de allí, de aprender a sacar la lección incluida y descubrir esa presencia actuante de Dios en lo pequeño, pero grato a sus ojos. Y nadie piense aquí en un desplante romántico. Jesús está, con sus apóstoles, sentado frente a las alcancías del templo de Jerusalén: Jesús “observa” a los que dan limosna. No se fija en los que dan mucho, sino que “observa” a la viuda pobre, depositando sus dos moneditas. Es, para Jesús, la que da más, pues  se juega la vida por Dios.  En otra ocasión “observa” Jesús como los invitados discuten por ocupar los primeros lugares en el banquete de bodas. La lección es: el humilde será enaltecido. Esto es lo que intenta nuestro semanario: Enseña a “observar”. No nada más a ver, como  el “homo videns” de la televisión; no nada más como el mirón ante el espectáculo o en mano el celular. El Observador enseña a “observar” con detención y a descubrir, con la penetración de la Palabra de Dios y la claridad del Espíritu, el paso de Dios y su acción maravillosa en esta realidad que estamos viviendo. Y abrirse a la Esperanza.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de julio de 2023 No. 1462

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