Por P. Fernando Pascual
A nuestro interior llegan imágenes, ideas, movimientos de diverso tipo. Algunos nos llevan al pecado, al mal. Otros nos impulsan a la santidad, al bien.
Ante tantas voces que llegan, hace falta una tarea de discernimiento, según enseñan importantes autores de vida espiritual.
Bastaría con recordar, sobre el tema, una enseñanza que viene de san Antonio Abad, uno de los primeros padres del desierto.
En la vida de san Antonio escrita por san Atanasio de Alejandría, leemos algunas historias que narran cómo Antonio vencía las tentaciones al preguntar precisamente quién era el que tentaba, de dónde venía esa tentación.
Más adelante, Atanasio recoge una larga conferencia de Antonio Abad sobre el discernimiento. Sin entrar en los diversos detalles de esa conferencia, nos fijamos en un momento en el que aconseja cómo actuar ante cada nueva imagen o idea:
“Cada vez que venga una aparición, no se derrumben inmediatamente llenos de cobarde miedo, sino que, sea lo que sea, pregunten primero con corazón resuelto: ¿Quién eres tú y de dónde vienes? Si es una visión buena, los va a tranquilizar y a cambiar su miedo en alegría. Sin embargo, si tiene que ver con el demonio, va a desvanecerse al instante viendo el decidido ánimo de ustedes, ya que la simple pregunta, ¿quién eres y de dónde vienes?, es la señal de tranquilidad”.
Parece tan fácil… Los problemas surgen cuando nos inquietamos y tenemos miedo, lo cual da mucha fuerza al tentador. O cuando nos dejamos enredar, racionalizamos el asunto, dialogamos con la tentación…
Por eso, el consejo de san Antonio tiene una eficacia sorprendente. Basta con formular esa sencilla pregunta a quien llama a nuestras almas: ¿quién eres?
Desde luego, no todo es tan fácil. En ocasiones hay tinieblas y turbación, incluso llega el maligno vestido como ángel de luz (cf. 2Cor 11,14).
Ante situaciones más difíciles, o en temas de gran importancia, también será de ayuda pedir consejo a personas experimentadas, a quienes tienen una hermosa vida espiritual y un gran conocimiento de la fe.
Lo importante es mantener siempre una actitud atenta, para conservar el tesoro de la gracia divina en nuestros corazones, desde la ayuda de Dios que está siempre a nuestro lado y nos acompaña en los mil caminos de la vida.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay