Por P. Fernando Pascual

Hay quienes lanzan acusaciones confusas, genéricas, indeterminadas, contra comportamientos inmorales de personas de otras épocas o del presente, sin indicar ni fechas, ni nombres, ni acciones concretas.

Así, decir que en un país concreto ha habido comportamientos injustos contra minorías, sin aclarar ni cuándo, ni dónde, ni quiénes, es como lanzar una piedra a un bulto indeterminado que puede golpear a personas y hechos equivocados.

Si uno de verdad quiere señalar algo negativo de unos gobernantes, o de miembros de una religión, o de personas determinadas de un periodo muy amplio de la historia, necesita ser claro y concretar al máximo cuál sea su acusación y a quiénes se refiere.

Evitar acusaciones confusas resulta necesario para promover buenos juicios sobre personas, instituciones, hechos concretos del pasado o de nuestros días.

Al mismo, acusaciones bien fundadas, claras, permiten a los acusados (si todavía viven) o a los historiadores que trabajan seriamente, evaluar si tales acusaciones tienen fundamento, o si son incompletas, injustas, o manipuladas.

Mientras algunos todavía suponen que vivimos en el mundo de la información y de la transparencia, la realidad es que todavía hoy existen muchas acusaciones genéricas y vagas que lanzan bombas de humo y kilos de estiércol sobre grupos indeterminados de personas que no pueden ser defendidas adecuadamente.

En realidad, solo hay información verdaderamente transparente cuando se ofrecen acusaciones concretas, precisas, sobre aquello que merece ser juzgado con seriedad y según justicia.

Esas acusaciones, además, tendrán en cuenta el respeto a la legítima presunción de inocencia de quienes puedan estar implicados en cualquier acontecimiento de la historia humana.

De este modo, será posible conocer mejor las culpas de quienes han dañado a otros, y respetar la presunción de inocencia de aquellos sobre lo que no existan pruebas válidas sobre sus posibles culpas.

 

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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