Por P. Fernando Pascual
A lo largo de la historia, la humanidad ha experimentado miles de guerras. Cuando llegaba la esperada paz, empezaba el tiempo de reconstruir.
Surge la pregunta: ¿por qué tantos gobernantes optan por guerras absurdas que provocan daños incalculables en las personas y en los bienes?
Responder no es fácil, pues existen, por desgracia, muchos motivos, la mayoría injustos, que llevan a iniciar y a mantener, a veces por décadas, guerras que generan tanto sufrimiento.
Además, resulta paradójico invertir dinero, hombres, medios, con un ensañamiento que raya en lo diabólico, para “vencer” una guerra que al final exigirá enormes inversiones en la reconstrucción (si es que llega).
Pero a pesar de lo absurdo de la situación, las guerras aparecen una tras otra, desde gobernantes que las aplauden y las promueven, cuando esos mismos gobernantes ni ven ni tocan de primera mano lo que pasa en el frente, lo que sienten quienes pierden a sus seres queridos, lo que padecen millones de civiles.
Podríamos imaginar lo que significaría para el mundo entero si no se provocasen tantas destrucciones en las guerras, y si el dinero invertido para destruir (primero) y reconstruir (después) se usase en hospitales, en mejoras agrícolas, en construcciones seguras, en la purificación de aguas contaminadas.
El sueño de ese mundo un poco mejor, sin embargo, se estrella una y otra vez cuando inicia una nueva guerra. Sobre todo si tal guerra implica movilizar miles de soldados, invertir en enormes aparatos técnicos hechos para destruir, mientras se dañan carreteras, fábricas, campos, edificios, incluso hospitales y escuelas.
Hay quienes subrayan que el ser humano está “mal constituido”, que es un “error”, que no tiene posibilidades de arreglo.
Al ver tantas guerras, tanto horror, tantos daños, uno podría dar la razón a los pesimistas. Sobre todo porque las acciones de “los buenos” son insuficientes para detener los males de la guerra y para emprender reconstrucciones rápidas y justas.
Ante este panorama, no podemos rendirnos al desaliento. Siempre hay opciones de bien ante nosotros. Existen personas honestas que detienen guerras, que promueven paces justas, que invitan a invertir en lo que realmente ayuda.
Sigue vigente el consejo de vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21). Sobre todo, sigue en pie la acción de Cristo en la historia humana, que permite perdonar y pedir perdón, abrirnos al amor de Dios Padre, y empezar a vivir, realmente, como hermanos…