Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Es frecuente construir la propia personalidad, cifrada en el éxito. Una personalidad transida de soberbia, impulsada por la ira, anclada en el odio, sometida a impulsos malsanos; en una palabra, personalidad aderezada en los vicios capitales, incluidos la avaricia, la gula, la envidia y la pereza. El señorío del egoísmo bajo diversas aristas.
Jesús nos propone negar en sí mismo tales orientaciones y pretensiones. Significa volver a la imagen primigenia, la creada según la imagen y la semejanza de Dios; realizar en sí el proyecto de Dios, que significa ser imagen de Dios, es decir persona, cuya entidad es ser ‘relacional’ y por tanto abiertos referenciales al ‘Tú’ divino y al ‘tú humano, para edificar la unidad del ‘nosotros’.
Jesús nos propone tomar la Cruz y seguirlo (cf Mt 16, 21-27). Él es ‘imagen de Dios invisible’; si Dios es Amor, hemos de amar como Él. De aquí la elocuencia del amor de total entrega, hasta la muerte y muerte de Cruz.
No se trata de asumir posturas estoicas, es decir, aguantar el dolor con la dignidad de un monolito insensible; ni la postura escapista de Epicuro, huir del sufrimiento con su contrapartida del placer; ni el budismo, de aniquilar en sí mismo todo deseo, raíz del sufrimiento.
El sufrimiento de Jesús, revela el ‘dolor’ de Dios Amor, que quiere redimirnos para recobrar la imagen prístina, la imagen bella, la imagen de la vida, la imagen de la alegría, que revela como en un espejo a Dios mismo.
Se trata de quitar el oropel y lo superfluo que destruye en nosotros el ser imagen y semejanza, -‘semel’ ‘demut’, del Dios vivo y verdadero.
Significa negar o renegar de todo aquello que es falso, apoyado y sugerido por el padre de la mentira, quien siempre nos estará dando su conseja perversa ‘serás como Dios’, pero por supuesto, no Dios con Dios y en Dios por Cristo, el ‘testigo fiel’, el Amén de Dios.
Negar el egoísmo en nosotros, es aprender a hablar el idioma de Dios, en Jesús, su Palabra.
Este lenguaje del seguimiento de Jesús sufriente, nos puede escandalizar, como a Pedro. Preferimos la proclama del triunfo; pero éste se inicia en la aceptación de la Cruz en seguimiento de Jesús.
No podemos estar sometidos a la dependencia de los analgésicos, como las drogas, los narcóticos y las evasiones.
Seguir a Jesús, implica llevar necesariamente su Cruz que es nuestra cruz, lejos de ascetismos baratos, como lo dice Evdokimov, este teólogo ortodoxo.
Es el seguimiento de Jesús, nuestra esperanza última. La inmolación de la Cruz no es el final, sino el principio de la glorificación, la resurrección, la vida plena en Dios por Jesús inmolado y glorificado.
Imagen de Cristian Gutiérrez, LC en Cathopic