Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

El Padre Antonio Brambila Zamacona (1904-1988), canónigo honorario de la Basílica de Guadalupe, pensador, periodista y locutor, escribió en 1973 un libro que intituló ‘Dios es la Mar de Raro’. Título provocativo, desconcertante e inusual de tantos apelativos que le damos a Dios y de sus mismos atributos que se identifican con su esencia.

Estrictamente hablando, no corresponde explícitamente a ninguno de los atributos consagrados por la teología natural o la teología de carácter sobrenatural que surge del quehacer de la fe en orden a profundizar en la Revelación bíblica bajo la guía de los Padres de la Iglesia y de su Magisterio. Pero en el fondo es una oportunidad para adentrarnos en su misterio y constatar que Dios mismo es ‘diferente’.

Todos sus atributos nos llevan a concluir que Dios es ‘semper maior quo cogitari posit’ del gran pensador San Anselmo, esto es, Dios es siempre mayor de lo que pueda pensarse. Superará siempre nuestro pensar categorial, aunque implique la analogía necesariamente. Y como enseña Santo Tomás de Aquino, ‘el dogma no termina en el enunciado, sino en la realidad’ y la realidad es misterio.

Así al acercarnos a la parábola de Jesús del ‘dueño de la viña’ que busca jornaleros todas las horas del día (Mt 20, 1-16), los contrata según la paga acordada de un denario; al finalizar la jornada de trabajo, paga por igual a todos los contratados, sin importar el momento del inicio de su trabajo; los que llevaron ‘el peso del día y del calor’ hasta los últimos. Los primeros protestan por la paga igual. Se empieza por los últimos hasta los primeros.

La bondad de Dios desconcierta. Se quiere la imagen de un dios reducido a las propias categorías de medidas meramente humanas que pague según los propios méritos, según los cálculos personales. Pero Dios no es como nosotros. Su bondad es insondable y rebasa toda medida.

El Dios que proclama Jesús, Jesús mismo que es ‘Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado’, -como reza el Credo Nicenoconstatinopolitano, su Corazón traspasado es una fuente infinita de misericordia y de bondad que al contemplarlo puede cambiar la idea caricaturesca de Dios que con frecuencia se tiene fruto de la ignorancia o de la neurosis y llevarnos a una verdadera conversión del corazón y a una visión más profunda y real de Dios.

Su bondad va más allá de la retribución de nuestras obras, tan limitadas, pero realizadas con amor, el Padre en el Corazón de su Hijo las acoge con benevolencia infinita.

Los esquemas moralistas y pseudoreligiosos, por muy propios que parezcan, no pueden limitar la bondad inconmensurable de Dios. Es necesario asumir la postura humilde de adorar su bondad que se identifica con su mismo ser. Pues ‘donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia’.

‘Dios es la mar de raro’, porque rebasa nuestros cálculos; está más allá del ateo sofisticado y soberbio, pero también del creyente pusilánime e impoluto. En una palabra, ‘Dios es diferente’.

 

Imagen de Evgeni Tcherkasski en Pixabay


 

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