Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

Habrá usted escuchado numerosas opiniones sobre la publicación de los Libros de Texto para los estudiantes de los primeros años escolares. “Gratuitos” es la cara amable de presentación y “obligatorios” es el alto precio que hay que pagar. Virtudes no les faltan, pero las deficiencias, según los expertos, abundan. Esta polémica suele suscitarse sexenio tras sexenio. Es endémica y se remonta hasta el grito de Guadalajara: ¿a quién pertenece la conciencia de los mexicanos?

¡Que lo han logrado, lo han logrado! Los resultados están a la vista. Para el que lo quiera ver, por supuesto. Porque aquí, y dondequiera, el poder es el poder. Es para ejercerse, y ya. Este ejercicio, sin Dios, se llama prepotencia. La padeció Jesús “bajo el poder de Poncio Pilato” -nos lo recuerda el Credo para no olvidarlo-, y con sobrada razón nos ordenó: “Así, ustedes ¡no!”. Y lo que pedimos desde entonces es solo una cosa: Libertad para creer. Que incluye nuestra libertad para pensar y dar, a quien lo solicite, razón de nuestra fe. Ofrecemos, no obligamos.

Pero no estamos desprotegidos. Además del libro que compartimos con evangélicos y judíos, la santa Biblia, nuestra Madre la Iglesia nos ofrece el “Catecismo de la Iglesia Católica”. A petición de los obispos, el papa san Juan Pablo II mandó redactarlo para responder a “las necesidades de la sociedad actual”, tarea que encomendó al cardenal Joseph Ratzinger, después Papa Benedicto. Casi diez años se llevó entre consultas y elaboración. Este es el cuidado que merece la doctrina de la iglesia en lo referente a nuestra salvación. Es un abrazo jubiloso entre la fe y la razón. Engendrar un hijo para Dios en el seno maternal de la Iglesia mediante el sacramento del bautismo, no tiene por qué minusvalorarse ante la generación natural. Aquí está en juego el destino eterno de la creatura: “Aquí nace para el cielo un pueblo de alto linaje, por virtud del Espíritu”, reza una antigua inscripción bautismal. ¡Qué pena que da un católico devaluado!

Quítese de la cabeza que el “catecismo” es asunto sólo de niños. Este Catecismo se llama “Mayor”, porque es para adultos. Nos quiere robustos en la fe. Nos instruye sobre nuestra identidad y dignidad de cristianos, y el lugar que nos pertenece en la sociedad civil. Si no sabemos quiénes somos, menos vamos a conocer el camino que nos llevará hacia la felicidad anhelada. La pregunta sobre el hombre que nos hacemos sólo puede encontrar respuesta adecuada en la pregunta sobre Dios. Creador y creatura se corresponden. Y no podremos hablar correctamente sobre Dios, si Dios mismo no nos dice quién es Él. En él está nuestra existencia, nuestra identidad y felicidad. ¿Habrá humanismo mayor? Conocer al Dios verdadero significa dar el primer paso hacia el amor que se nos ofrece. Las ideologías no sólo secan el corazón, lo matan.

En la doctrina de la Iglesia encontramos la sabiduría de Dios. La Iglesia Católica, nuestra Madre, nos ofrece en su Texto un edificio espiritual y racional, doctrinal y místico, capaz de vencer la ignorancia y disipar la confusión que el diablo sembró con sus embrollos en el corazón humano desde tiempos del Edén. Son ahora éstos los textos usados como pretexto para arrebatarnos la semilla que sembró el Sembrador. O, para entendernos mejor, son los “pretextos (que) busca la muerte, para llevarse al enfermo”, según reza la ruda verdad popular.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de septiembre de 2023 No. 1471

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