Por P. Fernando Pascual

En su famoso libro La era secular, Charles Taylor enumera tres situaciones humanas que describen nuestras existencias.

La primera sería la situación de plenitud. La segunda, la situación de exilio. Y la tercera, una especie de estado intermedio entre la plenitud y el exilio.

La plenitud resulta difícil de explicar, en parte porque depende de una cantidad enorme de factores, en parte porque existen ideas muy diferentes de lo que pueda ser la plenitud en general o para cada persona concreta según su modo de pensar.

Hay quien ve como plenitud un triunfo laboral, o unas vacaciones en lugares paradisíacos, o ganar la lotería, o la victoria del propio equipo de fútbol.

El exilio se contrapone a la plenitud. Consiste en aquella situación o estado que implica “perder” la plenitud, o vivir afectado seriamente por dolores físicos o mentales que impiden una vida realizada.

El estado intermedio expresa, en cierto modo, la situación de la gran mayoría de los seres humanos: una existencia vivida en camino hacia la plenitud (que mantiene su atractivo como esperanza), y en fuga respecto del exilio, visto como una amenaza que pone en riesgo aquello que uno experimenta ahora de modo más o menos estable.

Taylor añadía diversos matices al presentar estas ideas que ahora no es el caso de comentar. Lo que sí resulta oportuno es evidenciar cómo esta tesis ayuda a ilustrar aspectos propios de la vida cristiana.

Basta con recordar la tensión entre el exilio en Egipto y el camino hacia la Tierra prometida para comprender esos tres estados. El pueblo de Israel, que avanza lentamente en el desierto, experimenta una situación intermedia, entre la huida de Egipto (Egipto representa el exilio) y el anhelo por alcanzar el territorio de la promesa, que mana leche y miel, que es el gran regalo que ofrece Dios y que se convierte en plenitud.

El cristiano vive también en esa tensión entre el mal que nos aleja de la meta (el pecado y sus consecuencias), y la meta futura que Cristo nos promete y nos permite alcanzar con su Pasión, Muerte y Resurrección.

Los cristianos podemos experimentar momentos provisionales y contingentes de plenitud, pero siempre con la conciencia de que no tenemos aquí ninguna ciudad permanente (cf. Heb 13,14), de que estamos continuamente en peligro de volver a una especie de exilio y de derrota.

Lo importante consiste en reconocer cómo nuestro deseo de plenitud se orienta hacia la ciudad futura, la Jerusalén celestial, que es nuestra patria.

A esa patria definitiva y feliz podemos llegar gracias a Jesús, el verdadero y único Mediador de la nueva Alianza, el que nos acompaña y guía en este tiempo intermedio de nuestro continuo caminar, mientras salimos de las sombras del exilio para acercarnos a la plenitud de la luz (cf. Heb 12,22-24; Mt 4,16).

 

Imagen de Anastasiya Badun en Pixabay


 

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