Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Tendríamos que construir un panteón más grande que el famoso templo abovedado que la antigua Roma consagró a la veneración de todos sus dioses. Eran tantos.

Si fueron numerosas las divinidades de ayer, les aventajan en número y culto las que nosotros hemos fabricado en este siglo tan incrédulo de Dios como crédulo de dioses. El ateo es un creyente minusválido.

Veneradísimo por los países comunistas fue el dios estado, burocrático y engullidor que, en nombre de la lucha de clases, el concepto materialista de la historia y el triunfo del proletariado cercenó a la persona y a sus derechos en fuerza de un totalitarismo hidrópico por el que murió de muerte natural. Dios engañoso y cruel fue el fascismo que redujo la conciencia y se apropió del concepto de raza. Con la bandera de una inexistente y prepotente pureza de la sangre, la locura de Hitler y demás maniáticos, mató, quemó, exterminó en uno de los episodios más negros del siglo. Racismo salvaje que irrumpe hasta nuestros días como antisemitismo, xenofobia o discriminación contra negros, árabes musulmanes e indígenas, estos desterrados en su patria.

Irrumpe Su Divinidad la Técnica ante la cual se postran miles de adoradores, convencidos de sus poderes milagrosos. Pero la técnica deifica a los medios sobre el fin y pretende, además, desenvolverse y reinar en olvido de las soberanas normas de la ética. La fuerza nuclear nació matando al hombre; triste historia de una técnica ensoberbecida y vengativa que se vuelve contra su progenitor. Las sociedades capitalistas han inventado un dios rubio y ojiazul: el dinero es la imagen adorada y el mercado es el templo repleto de fieles. La misión del hombre es producir y consumir. Ganar para gastar y volver a ganar para volver a gastar en una mecánica ciega de producción y consumo. ¿Dónde queda el hombre, la persona y su trascendencia?

Hemos fabricado en este siglo que fenece, una serie de dioses de pacotilla, falsos y devoradores. Porque nos han llevado a sus devotos a la guerra y a la sangre, al exterminio y a la injusticia, al odio y a la pobreza, a la degradación del hombre y a la perversión del mundo.

Artículo publicado en El Sol de México, 14 de abril de 1994; El Sol de San Luis, 16 de abril de 1994.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de septiembre de 2023 No. 1471

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