Por Rebeca Reynaud

Algunos extranjeros que visitan México se impactan gratamente al ver la reserva de fe que hay en nuestro país, y es que, en general los mexicanos hemos entendido que la fe no se opone a la civilización. Cuanto más arraigada está la fe en los hombres y en los pueblos, más se acrecienta en ellos la ciencia y el saber, porque Dios es la sabiduría infinita. Y donde no hay fe, desaparece la paz, y con ella la civilización y el progreso, introduciéndose en su lugar la confusión de ideas, la división de partidos, la lucha de clases y, en los individuos, la rebeldía de las pasiones contra el deber, y así el hombre pierde su dignidad, que es su verdadera nobleza.

Dios nos ha elegido para transformar la historia, pero cuando no vivimos lo ordinario con heroísmo viene el desencanto. ¡Qué importante es vivir cada día como si fuera el último!

Es un hecho que México puede mucho, que es una fortaleza para el resto de la humanidad, pero los mexicanos hemos de luchar más contra el egoísmo, el sentimiento y el resentimiento. Con fortaleza y optimismo, hemos de descubrir y explotar las virtudes ocultas en nosotros mismos y en las personas que amamos.

Fray Bernardino de Sahagún, gran observador de la vida de los antiguos mexicanos del siglo XVI, escribe lo siguiente sobre el Calmecac, la escuela superior:

“Ninguno era soberbio, ni hacía ofensa a otro, ni era inobediente a orden y costumbres que ellos usaban, y si alguna vez parecía un borracho o amancebado, o hacía otro delito criminal, luego le mataban o le daban garrote, o le asaban vivo o le aseteaban; y quien hacía culpa venial, luego le punzaban las orejas y lados con puntas de maguey o punzón”

(Historia General de las cosas de la Nueva España, libro 3 Apéndice, cap. 8, n. 10).

Los mexicas veían la guerra como una vocación religiosa, pues el guerrero tenía que vencerse, en primer lugar, a sí mismo. La guerra era un acto de engrandecimiento propio, pero a base de la renuncia a sí mismo y de servicio a los demás.

Los pensadores nahuas estaban convencidos de la fugacidad de todo cuanto existe. Lo único verdadero en la tierra para ellos es lo que satisface al Dador de la vida: “flor y canto”, es decir, la poesía. León-Portilla dice: La poesía viene a ser “la expresión oculta y velada, que con las alas del símbolo y la metáfora lleva al hombre a balbucir, a sacar de sí mismo lo que en una forma misteriosa y súbita ha alcanzado a percibir”. El camino para ellos se sintetiza en flores y cantos: in xochitl in cuicatl. Las flores eran el corazón de Dios. “Flor y canto” resumía para los mexicanos lo grande y lo bello que puede conocer el ser humano: filosofía, religión, arrobo místico.

Los antiguos mexicanos eran muy religiosos, por eso Hernán Cortés le escribió al emperador Carlos V advirtiéndole que, si no enviaba hermanos muy santos, no se iban a convertir los indígenas. El emperador lo comprendió bien, por lo cual, seleccionó a los primeros franciscanos que vendrían a la Nueva España –que eran religiosos ya reformados por Cisneros, llamados “espirituales”- y, realmente, resultaron muy buenos para tratar a los naturales, enseñar la doctrina cristiana y para escribir crónicas de su tiempo. Todo esto se encuentra en las Cartas de Relación. Entre 1519 y 1526, Cortés escribió cinco cartas a Carlos V. En la Segunda Carta de Relación, Cortés narra la entrada a la Gran Tenochtitlán.

Es probable que, en el siglo XVI, Tenochtitlán fuera la región más poblada del mundo occidental, tendría cerca de 200 mil habitantes, cuando París tenía 70 mil y Sevilla, 40 mil.

En 1529, el obispo fray Juan de Zumárraga estaba desesperado a causa de sus paisanos. Algunos españoles de la Primera Audiencia maltrataban a la gente, como Nuño de Guzmán y concretamente Delgadillo, que trató de matar al mismo Obispo. Zumárraga le escribe al emperador: si Dios no provee de su mano, esta tierra está a punto de perderse… Y efectivamente, Dios proveyó e interviene a través de la Virgen Santa María de Guadalupe. 

Somos herederos de dos grandes pueblos: el hispano, que traía la civilización europea y la propia, mezclada con la de los moros islámicos. Somos herederos asimismo de los antiguos mexicanos, que tenían un mayor conocimiento de la medicina y de algunas ciencias que los conquistadores.

El Concilio Vaticano II pide que estemos familiarizados con nuestras tradiciones nacionales y religiosas, por eso qué importante es conocer a los cronistas y el Nican Mopohua. 

 

Imagen de Q K en Pixabay


 

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