Por Jaime Séptien
En 1938 la poeta rusa Ana Ajmátova hizo fila en las cárceles de Stalin para tener noticias de su único hijo, Lev, encerrado por orden del tirano soviético. Fruto de esa dura experiencia (su marido había sido fusilado por “actividades contrarrevolucionarias” cuatro años antes), Ajmátova escribió un enorme poema que tituló “Réquiem”. En lugar de un prólogo, la poeta escribió este diálogo con una de las humildes mujeres que le acompañaron en su calvario cotidiano:
“En los terribles años del terror de Yhezhov durante siete meses hice cola delante de las cárceles de Leningrado. Una vez alguien me ‘reconoció’. Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó del estremecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (ahí hablábamos todas en voz baja):
–¿Y usted puede describir esto?
Y yo dije: Puedo.
Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro”.
Ante las imágenes que a diario nos llegan del terror en que han sumido a México los grupos criminales, ¿habrá alguien, como Amjátova, que sea capaz de describirlo? Los periodistas nos hacemos “solidarios” rescatando epítetos, echando culpas, señalando con el dedo. Pero, como el dinosaurio de Monterroso, al cerrar el periódico, apagar la tele o salirnos del Whats el terror sigue ahí, cada día en aumento (lo de los cinco jóvenes de Lagos de Moreno), despiadado, inhumano.
Necesitamos un gran poeta, un poeta a la altura de Ana Ajmátova, que sea capaz de escribir otro “Réquiem” por México. Que nos haga renacer, que nos de la fuerza y la esperanza. Necesitamos la poesía que en labios de una rusa hizo decir al corazón de su patria: “Puedo”. Y escribir unos versos que se nos cuelan en los huesos: “Esta mujer su enfermedad, / esta mujer es –soledad. // El marido en la tumba, el hijo en prisión, / rezad por mí una oración.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de agosto de 2023 No. 1468