Por Rebeca Reynaud

– He buscado y he hecho todo lo que he querido y, sin embargo, ¡me falta algo!

Hay una conexión entre la profundidad y el sentido. ¿Sentido de qué? de la vida, del dolor, el sentido del amor y del trabajo.

Dos pensadores estadounidenses –Dreyfus y Kelly- que estudian la cultura, llegaron a esta conclusión: “El mundo era, en sus diversas formas, un mundo de cosas sagradas y brillantes. Ahora, las cosas brillantes parecen lejanas”. ¿Qué ocurrió? La llegada del escepticismo, con Descartes y otros filósofos. Las ideas que trajo la Ilustración –afirman- producen una vida aburrida y casi invivible.

Para salir de esta situación es importante llevar a cabo el trabajar con la máxima profundidad posible. Para desarrollar un trabajo a fondo hemos de crear rutinas y rituales en el trabajo diario. Hay quienes tienen la posibilidad de dar un paseo matutino en parques donde ven árboles y respiran con profundidad. ¡Es un estímulo fascinante!

En suma: Hay que concentrarse en lo verdaderamente importante. La vida es breve y acaba, y hemos de saber: para mí, ¿qué vale la pena?  Hay gente que tiene todo en la vida, pero que no sabe cómo lidiar con ello y la vaciedad le lleva a buscar sucedáneos, y sustituye lo falso por lo verdadero, el vicio por la verdadera libertad.

Hay artistas de Hollywood que entran en un vértigo que les lleva a un abismo, y no se detienen a pensar si quieren seguir el camino al que le empuja ese ambiente, como le pasó al hermano menor del grupo musical de los Bee Gees, que terminó su vida a los 30 años por su adicción a la cocaína. Un muchacho sano, guapo y rico de algún modo desperdició su vida en aventuras y placeres insanos.

Somos seres que podríamos no haber sido, es decir, somos contingentes. Y ¿por qué existo? La contingencia es un lugar privilegiado para ejercitar la libertad para encontrar el quid divinum que hay en el momento presente, en el que la presencia de Dios se nos hace casi material.

Hoy en día hay temas controvertidos. Entre ellos, dos: uno es el olvido de la dimensión religiosa de la persona, y otro es la concepción de verdad como verdad pragmática, como resultado, es decir, se ve como la capacidad de hacer. Pero se olvida el ser. Ser más sabio, ser más cultivado, ser más generoso, etc.

Nuestra orientación en la vida –nuestro pleno logro como personas-  no se da por el camino del arrastre, sino de la atracción, no por el camino de la exaltación sino de exultación, no por el camino de la euforia sino del entusiasmo.

Realmente, el pensar bien es un preludio para la felicidad. Muchos podemos decir que somos felices, en cierta medida. Hay cosas que sentimos y no sabemos decir, y las encontramos de pronto en la literatura, y así podemos poetizar con Miguel D’Ors y decir: La Felicidad consiste en no ser feliz y que no te importe. En El Misterio de la felicidad (Antología poética 2009).

 

Imagen de Tumisu en Pixabay


 

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