Hoy celebramos el 95 aniversario del Opus Dei, fundado por San Josemaría Escrivá de Balaguer.

Por: Juan Diego Camarillo

Con 26 años de vida y 3 años en el ministerio sacerdotal, Josemaría recibió una llamada divina el 2 de octubre de 1928, mientras se encontraba en su habitación en la residencia de los misioneros de San Vicente de Paul. Mientras leía algunas notas, experimentó un impulso misterioso que revelaría lo que Dios quería de él: una obra que llevara a todas las personas en su trabajo profesional hacia la santidad.

Él lo recordaba de la siguiente manera:

«Recibí la iluminación sobre toda la Obra mientras leía aquellos papeles. Conmovido, me arrodillé; estaba solo en mi cuarto. Di gracias al Señor y recuerdo con emoción el toque de las campanas de la parroquia de N. Sra. de los Ángeles. (…) Recopilé con alguna unidad las notas sueltas que hasta entonces había venido tomando. (…) Desde aquel día, el Señor, en su bondad inexplicable, había puesto sobre mis espaldas una hermosa y pesada carga. Ese día, el Señor fundó su Obra.»

Es así que Dios se valió de un joven sacerdote español para transmitir al mundo un mensaje: «Estando siempre en el mundo, en el trabajo ordinario, en los propios deberes de estado, allí, a través de todo, ¡santos!»

Pocos años después, esta obra comenzó a tomar forma. El primer centro del Opus Dei fue la academia DYA, dirigida especialmente a estudiantes para impartir clases de derecho y arquitectura.

Con el paso de los años, la «obra de Dios» creció de manera constante, extendiéndose a los cinco continentes por gracia divina y con el esfuerzo de todos sus colaboradores, hasta obtener la aprobación de la Santa Sede.

Su fundador, dedicando sus nobles energías y lleno de celo apostólico, comenzó a viajar personalmente para catequizar a todos sus miembros en diferentes ciudades de España y países de América Latina. Llevó un mensaje de esperanza con un gran sentido del humor y cercanía que permitía a todos los asistentes a sus «tertulias» compartir sus preocupaciones cotidianas en la familia, en el trabajo y en sus comunidades.

Viendo su misión rendir significativos frutos, San Josemaría fallece en Roma en 1975, dejando un legado que hasta hoy pervive, resonando en hombres y mujeres de todas latitudes.

Hoy en día, la obra de Dios continúa en marcha con más de 90,000 miembros esparcidos por todos los continentes, llevando el mensaje que Dios quiere dar al hombre moderno: «¡Te quiero Santo!».

 

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