Por P. Fernando Pascual

Al encontrarse con alguien que pone en duda o incluso que niega el valor de las teorías sobre la evolución de las especies, suele responderse con la ayuda de dos tesis más o menos generalizadas.

La primera tesis lleva a reafirmarse en las teorías a favor de la evolución, porque estarían apoyadas por casi todos los científicos y porque son parte de nuestro patrimonio cultural.

La segunda tesis consiste en considerar al “antievolucionista” como alguien equivocado por culpa de prejuicios anticientíficos o pseudorreligiosos, quizá también por errores a la hora de interpretar la inmensa mole de datos a favor de la evolución.

Las dos tesis, en quienes tienen una cultura media y no pertenecen al mundo de los especialistas, sirven no solo ante el tema de la evolución, sino ante otros muchos argumentos.

Fijémonos brevemente en esas dos tesis. La primera se construye sobre lo que Aristóteles llamaba “opiniones autorizadas” o prestigiosas.

Las opiniones autorizadas (en griego, éndoxa), son aquellas consideradas como verdaderas por todos los hombres, o por la mayoría, o por los más competentes (los sabios o, como diríamos hoy, los científicos).

Ante una opinión autorizada, es fácil dar el propio asentimiento. Respecto al tema concreto de la evolución, si la mayoría la acepta, si un número incontable de científicos la sostiene y defiende, tendría que ser aceptada como verdadera.

La segunda tesis establece que quienes sostienen ideas contrarias a lo que defienden los científicos (o la mayoría) pensarían con prejuicios equivocados, o tendrían poca competencia intelectual, o estarían sometidos a “líderes” que enseñan errores con más o menos fuerza.

Desde luego, cuando encontramos a una persona que pone serias objeciones a las teorías evolutivas, lo mejor sería responder con un buen estudio sobre las mismas, lo cual no es fácil, pues se requiere una enorme competencia científica para lograr un buen nivel de dominio de esa materia.

Por eso resulta normal recurrir a estas dos tesis como un modo rápido y más o menos convincente para superar al “adversario” y dejarlo fuera de combate: poco podrá decir ante tesis tan poderosas.

A pesar de que usamos con mucha frecuencia esas tesis, desearíamos tener tiempo para ir más a fondo en el estudio de las teorías de la evolución y de otros temas que tanto interés tienen para comprender un poco mejor el mundo en el que vivimos.

Por eso, no podemos quedarnos en esas tesis que, según muchos creen bastarían para aceptar la evolución, sino que necesitamos, en la medida en la que el tiempo lo permite, afrontar su estudio seriamente.

Ello implica, por un lado, alcanzar un buen conocimiento de los datos que usan los defensores de la evolución de las especies, así como sus presupuestos, algunos de los cuales son de naturaleza filosófica.

Por otro lado, resulta estimulante y provechoso escuchar a quienes proponen críticas bien elaboradas, pues ayudan a despertar nuestro espíritu crítico y a dedicar parte de nuestro tiempo a profundizar en el tema de la evolución.

Un tema, no podemos olvidarlo, que tiene una gran importancia, sobre todo cuando surge esa pregunta que merece lo mejor de nuestro tiempo: ¿los seres humanos somos un simple y casual resultado de un proceso evolutivo, o nuestro origen nos abre a pensar en un Dios que dirige y orienta los procesos naturales a un fin que supera en mucho lo simplemente biológico?

Son preguntas centrales para la existencia humana, pues el modo de pensar y de vivir depende, en buena parte, de la manera con la cual nos vemos a nosotros mismos y, sobre todo, como entendemos en qué manera se puedan explicar fenómenos tan complejos como el pensamiento abstracto y la responsabilidad ética.

 

Imagen de Joe en Pixabay


 

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