Por Sergio Ibarra
En Laudate Deum el Papa Francisco hace un llamado hacia los olvidados, los descartados o los últimos, pero en esta en particular lo relaciona con el cambio climático, la intervención humana y las afectaciones que le estamos provocando a la naturaleza y a la humanidad misma. El cambio climático de ninguna manera es una moda o un asunto coyuntural para los políticos en turno y lo traten en una nota o salgan a lucirse diciendo que van a plantar unos árboles, cuando se ponen a hacer más refinerías, en lugar de plantar una nueva cultura de uso de energías alternativas.
Plantea el Papa: “Es un problema social global que está íntimamente relacionado con la dignidad de la vida humana”. El reconocimiento a la dignidad de la persona debiese ser un elemento fundamental de la filosofía social, organizacional o institucional para que cada miembro de la sociedad pueda lograr la conquista de su identidad y su desarrollo para su integración social.
La refiere como una enfermedad silenciosa que nos afecta a todos. El cambio climático no tiene fronteras, sus efectos son parejos, no distinguen niveles de riqueza o de pobreza. Una de sus consecuencias es que mina actividades productivas en las zonas en donde suceden lluvias extraordinarias o las olas de calor cada vez más frecuentes afectan actividades agrícolas y con ello, genera desempleo. En contraste, la transición hacia formas renovables de energía desde los esfuerzos de investigación para generar la tecnología para captar la energía del sol, del aire o del mar y luego suministrarla a industrias, comercios y viviendas, es y será capaz de generar innumerables puestos de trabajo en diferentes sectores.
Dice el Papa: “Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma… es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad… En contra de este paradigma tecnocrático el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada”. El papel que juegan las instituciones en los gobiernos de las naciones es crítico, son las que regulan y ordenan el crecimiento y el desarrollo. El cambio hacia una relación de coexistencia con la naturaleza es posible, así como lo fue el crecimiento destructivo acelerado del siglo XX, cuando se escriba la historia del siglo XXI, se le recuerde como aquel en que la humanidad se olvidó de las carteras, las banderas y las fronteras y puso a la sociedad en el centro, en la máxima prioridad y no solo en las utilidades o ganancias por acción o en lo votos de las siguientes elecciones.
Señala como perversa “la lógica del máximo beneficio, disfrazada de racionalidad” que hace imposible cualquier proyecto o iniciativa para promover a los descartados. Y se pregunta: “¿qué les importa el daño a la casa común si ellos se sienten seguros bajo la supuesta armadura de los recursos económicos que han conseguido con su capacidad y con su esfuerzo?”
¿Así o más claro? Entender que quien es perverso hace el mal de manera premeditada. El reino de la racionalidad ha invadido a los Consejos empresariales y a los gabinetes gubernamentales. Un aguijón de cualquier insecto contiene sustancias para defenderse. El Papa intenta infectar la conciencia de esos cuantos que tienen el control económico y tecnológico.
Esta afirmación del Papa es un serio llamado a quienes tienen en sus manos influir en su empresa o en la institución que dirige y a su entorno, para iniciar una verdadera transformación que destierre el egoísmo y pugne por una nueva cultura basada en la confianza y la colaboración en su municipio, en su estado, en su nación, en su región y a nivel internacional.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de octubre de 2023 No. 1476