Por Arturo Zárate Ruiz

Se suele culpar a los medios de comunicación de muchos males: que la ignorancia, que la desinformación, que la mentira, que el control político y económico, que la manipulación, que la exaltación de las perversiones y del delito, que los vicios, que el machismo, que el mal gusto.

—¡Ajá!, mi mal aliento no es mío: me lo pegó Shrek, tras ver su película—, un tragón cree por fin reconocer al culpable.

Fuere lo que fuere, es cierto que algunos grupos políticos y económicos buscan controlar los medios de comunicación para imponer en las audiencias estilos de vida y formas de pensar acordes con sus intereses, el mayor de ellos, el consumismo.  Por ello, si se nos repite ad nauseam que la marihuana no hace daño, sino que incluso es la mejor medicina, ocurre así porque venderla rinde ganancias. Se promueven entonces costumbres que minan la vida familiar. Destruir los más fuertes vínculos sociales facilita manipular a los individuos y despacharles tonterías que adormezcan su vacío de vida, por ejemplo, comida gurmé para Micifuz.

¡No, no para los hijos!, ¡tenerlos, ni imaginarlo! Serían ellos freno para el individualismo y su dispendio egoísta. Por tanto, la ideología de género, la exaltación del libertinaje, la promoción del aborto, la burla contra las familias numerosas, es más, el minimizar o ridiculizar a los niños y a los viejos. Los personajes en las series suelen ser sólo jóvenes “inteligentísimos”, “alegres”, “buenazos”, cuates buena onda, pero escasean las familias, los ancianos y los críos. Tenemos personajes no con esposos o esposas —menos aun con “mocosos”— que supongan compromisos.  Son personajes que le dan vuelo a la hilacha.  Eso es justo la “felicidad”, se te dice, porque requieres para gozarla comprar ropa y maquillaje de moda (ya lo hay para “hombres”), también un Mustang nuevo donde le expreses tu “amor” a la muchacha de turno.  Buen negocio.

Porque no sólo los comunistas saben que es más fácil instaurar su dictadura si, siguiendo a Gramsci, destruyen la civilización, especialmente la católica; también lo saben los grandes capitalistas que buscan controlar y expoliar el mundo con su poderío económico.

Sin negar todo esto, a las audiencias no se les puede considerar inocentes palomitas. Hitler no pudo tener su infame éxito sin un público alemán receptivo, resentido por su humillación en la Primera Guerra Mundial. En Viernes Santo, los judíos no fueron simples títeres de los fariseos al pedir que crucifiquen a Jesús; les parecía más fácil intentar una revolución contra los opresores romanos —por eso pidieron la liberación del caudillo Barrabás— que convertirse, como pedía el Señor. No es que millones de despistados recurran a los anticonceptivos, es más, al aborto, porque simplemente se exalten éstos en las series televisivas.  ¿No será más bien porque, como audiencias, se inclinan a conseguir satisfacciones inmediatas como las que vienen de los “derechos de la bragueta”, sin tener que asumir las consecuencias, abrazar responsabilidades, como son los embarazos y los niños? ¿O acaso las mamás o los papás compran papitas y refrescos de cola para sus hijos simplemente por los bombardeos publicitarios? ¿No será también porque es más fácil que preparar un buen desayuno para los chamacos antes de que se vayan a la escuela? Lo que es fácil y no conlleva obligaciones vende bien.  Lo saben los grandes mercaderes.

Lo sabe el mismo diablo. Les vendió a Adán y Eva el “ser como dioses” a lo facilón: comiendo la manzana.  ¿Hubieran seguido el Camino, que es Cristo, y abrazado la Cruz?

No basta, pues, que las audiencias acusemos a los medios de mensajes horribles.  Debemos también reconocer nuestras propias culpas, como el buscar sólo escuchar lo que ya antes hemos deseado poner en práctica.

¿Qué hacer? El Papa Francisco decidió hace décadas no ver televisión. Algunos ascetas practican ayunos de medios masivos.  Tal vez no tengamos que ser tan radicales. Seamos al menos críticos con lo que difunden los medios, y sobre todo críticos con nosotros mismos.  Que muchas veces lo que define los productos en venta no es la oferta sino la demanda.

 

Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay


 

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