Por Arturo Zárate Ruiz

Actualmente en Europa y Estados Unidos (México va para allá) son muy normales las prácticas médicas del aborto, la fecundación in vitro, la manipulación genética de humanos, la disposición de embriones humanos para tratamientos, la eutanasia, paradójicamente también el ensañamiento terapéutico, la mutilación sexual (dizque para los transgéneros), y, entre otros horrores, el abuso de medicamentos que causan adicción y muerte, como el fentanilo. Dichas prácticas se les enaltece, inclusive, en series de televisión como The Good Doctor que, por entretenidas y por abundantes en información médica, maquillan muy bien sus mensajes que promueven la cultura de la muerte.

En alguna medida, la raíz de este problema reside en que no pocos médicos y, en general, no poca “gente estudiada” suponen, tal vez por soberbia, que les basta su entrenamiento profesional para saberlo todo. Por supuesto, ese entrenamiento profesional es excelente y por el debemos reconocerlos y felicitarlos. Pero si reducen todo conocimiento válido a lo que sólo aprendieron —las ciencias naturales como la biología y la química— caen en el error, en la herejía, naturalista.

Consistiría, entre los médicos, en pensar que basta el conocimiento del comportamiento del cuerpo humano para emitir juicios de los actos humanos. De ser así, su excelente conocimiento de la circulación y química de la sangre les bastaría para tomar decisiones sobre si necesitan permiso o no para transfundir la sangre de una persona a otra. Pero no es así. Tal vez estos médicos por la influencia de la cultura cristiana, pedirían permiso al donador; pero de preguntárseles si las ciencias naturales les permiten estar seguros de requerir ese permiso, no tendrían ninguna base para así afirmarlo. Acabarían señalando que su decisión es un uso y costumbre de su comunidad, pero también lo es el prohibir las transfusiones, los Testigos de Jehová, y el sacar sangre —toda— sin permiso, según la práctica gastronómica de los vampiros en Transilvania.

De admitir otro tipo de conocimientos además de las ciencias naturales, acudirían a los que les ofrecen los expertos en derecho al respecto, como a su vez los expertos en derecho consultan a los expertos en ética y, en general, a los de filosofía y aun de teología para asegurarse de la razonabilidad de sus decisiones.

De hacerlo así, descubriríamos todos que no somos dueños de nuestras vidas, sino sus administradores. Nada de que “este cuerpo es muy mío”. No, no lo es. Tú no lo creaste de la nada, ni siquiera tus padres ni tus abuelos. Tu vida Dios te la ha dado para que la administres, no para que la dispendies a capricho. He allí que aun estando más que tullido sirves a los propósitos de Dios pues serías una invitación al amor de tus hermanos, quienes, de atenderte y cuidarte con cariño, ganarían el Cielo y, de no hacerlo, arriesgarían la muerte eterna. Una respuesta promovería la cultura de la vida y el amor; la otra, la cultura del egoísmo y de la muerte, la cual conduciría ya aquí en este mundo a la destrucción social.

Sin notar todavía que el aborto y la eutanasia son asesinatos, de practicarlos se fomenta la cultura de la irresponsabilidad; de proscribirlos, la de la responsabilidad. De admitir el rechazo de los niños, los enfermos y los viejos no sólo se aprende a ser irresponsable con ellos, también en todo lo demás, como en pagar impuestos, pagar al banco, respetar los contratos, respetar el matrimonio, no hacer trampas en alcanzar el éxito, no hacer fraudes en los negocios. De abrazar a los débiles, que es difícil, se abrazan muchas cosas más que son más fáciles de cumplir.

Un fruto adicional de la irresponsabilidad y el egoísmo es la soledad. Si no te interesan ni importan los demás, los demás no se interesarán tampoco en ti.

No debemos olvidar que los médicos son humanos como todos nosotros. Y en ocasiones no sólo yerran por ignorancia, también pecan por malicia. Creo, por ejemplo, que les bastan sus conocimientos de biología y de química para concluir que un hombre es un hombre y una mujer, mujer. Aun así, hay facultativos que practican y promueven la mutilación sexual para los que se dicen transgéneros. Aun con ese conocimiento, estos médicos lo callan porque sus horribles prácticas quirúrgicas las cobran caro y son para ellos un gran negocio.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de octubre de 2023 No. 1476

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