Por Rebeca Reynaud
Hasta ahora se ha considerado como la mejor definición del Rosario, la que dio el Sumo Pontífice San Pío V en su «Bula» de 1569: «El Rosario o salterio de la Sma. Virgen, es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor». El Rosario consta de 15 Padrenuestros y 150 Avemarías, en recuerdo de los 150 Salmos.
La palabra Rosario significa «Corona de Rosas». Nuestra Señora ha revelado a varias personas que cada vez que dicen el Ave María le están dando a Ella una hermosa rosa y que cada Rosario completo le hace una corona de rosas. La rosa es la reina de las flores, y así el Rosario es la rosa de todas las devociones, y por ello la más importante de todas.
Al rezar el Rosario hacemos una síntesis del Evangelio, cuando consideramos sus misterios.
Se habla mucho del nuevo orden mundial. Sólo los que se forman en el Corazón de la Virgen realmente pueden lograr un nuevo orden mundial. La humanidad no puede salvarse a sí misma.
Los Papas Pío IX y Pío X dijeron: Denme un millón de personas consagradas, con el Rosario en la mano, y, con este ejército, salvaremos al mundo. Escribe Ratzinger: “Una constante de la acción de Dios en la historia de este mundo es fundarse en el testimonio de una minoría para mantener la esperanza de la humanidad entera en la nueva fraternidad prometida” (La fraternidad cristiana p. 109).
San Juan Pablo II escribió: “La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el resucitado!” El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo, en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15,14), y revive la alegría de aquellos a los que Cristo se manifestó y el gozo de María (Carta Ap. Rosarium Virginis Mariae, n. 23).
El Cura de Ars afirmaba: Con esta arma le he quitado muchas almas al demonio.
San Luis Grignon de Monfort aseguraba que el Rosario sirve para convertir a los pecadores más empedernidos.
Contemplar los misterios
San Juan Pablo II recomendaba hacer una breve pausa para pensar en el misterio que vamos a considerar, con una frase de la Biblia o con un pensamiento de la piedad personal. Para profundizar en los misterios, ayuda considerar la actitud y los sentimientos de María, tratando de imitar sus disposiciones. En la escena de la Visitación a su prima, podemos considerar la comunión y la alegría de las dos. Va a servir a su prima y rompe en un canto de humildad con el Magnificat, se acerca a Dios por el camino de sentirse nada.
En el cuarto misterio doloroso, Jesús con la Cruz a cuestas, meditamos en la humillación que pasó el Señor, llevando la Cruz por la Vía Dolorosa, por amor a nosotros. En el quinto misterio doloroso nos unimos a nuestra Madre cuando ve a su Hijo cosido al madero y maltratado por nuestras ofensas. Y le pedimos a Nuestra Señora que no nos acostumbremos a ver el Crucifijo, a llevarlo con nosotros y a besarlo con unción.
En el segundo misterio luminoso consideramos como Jesús participa de nuestras fiestas y alegrías, estando en las Bodas de Caná, donde –a petición de la Virgen- da el mejor regalo que pudo darse a los novios: el buen vino para una semana de fiesta.
Uno de los misterios más difíciles de meditar, para mí, es el cuarto misterio luminoso: La Transfiguración en el Monte Tabor. Moisés y Elías hablaban con el Señor, Lucas puntualiza que hablaban de su muerte en Jerusalén. Pedro sugiere hacer tres tiendas y, en eso, se escucha la voz de Dios Padre que dice: “Este es mi Hijo en quien me complazco. Escúchenlo”. La gloria de la divinidad resplandece en el Rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los Apóstoles. Shemá Israel, Escúchalo tú, hermano, con atención, para ser fiel en el momento de prueba.
Imagen de César Retana en Cathopic