Por Jaime Septién

Ya sé que la pregunta suena a Chespirito. Pero es una pregunta que nos hacemos todos los mexicanos. Bueno, la mayoría de los que estamos a merced de la impunidad casi absoluta con la que “trabajan” hoy los delincuentes, los de la calle, los de “cuello blanco” y los “organizados” y los coludidos con otros delincuentes, los de la clase política.

Cuando en un país 95 de cada cien delitos (y me estoy yendo bajo) quedan impunes, no hay otra más que decir que se trata de un Estado fallido. Los populismos que nos atenazan tienen la salida de echarle la culpa al pasado. Es inútil: lo que está en juego es el presente. Y la promesa de futuro.

En el lugar en el que vivo, hace poco hubo una intervención del crimen. De inmediato se oyeron voces exigiendo más seguridad, policías, cámaras de vigilancia, eficacia de las autoridades. Cierto. Pero se nos olvida una cosa: exigirnos (los colonos) mayor cuidado unos de los otros y cumplir la ley al interior y al exterior de nuestra comunidad.

Tener más policías, más cámaras, más guardias puede darnos una sensación de seguridad. Pero no hace los lugares más seguros. Porque, finalmente, ¿quién vigila al que vigila? Hasta donde me es posible comprender este fenómeno –y por las historias de éxito que conozco—las comunidades que han logrado un ambiente de paz tienen dos ingredientes: 1. Exigen a las autoridades que sean eficaces. 2. Se exigen a sí mismas que sean solidarias. Sin el punto número 2, el número 1 no se cumplirá jamás. Somos nosotros el factor de cambio frente a los criminales. Somos más. Nuestra arma hace rima: cuidado al de al lado.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 8 de octubre de 2023 No. 1473

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