Por P. Fernando Pascual
La vida nos sorprende con golpes inesperados. Un accidente, un diagnóstico, una traición, un asalto a mano armada, una subida en el precio de la hipoteca.
Cuando llega el golpe, la mente busca comprender las dimensiones de lo que ocurre, mientras el corazón reacciona con pena, o rabia, o confusión, o amargura.
El golpe deja huellas. Algunas duran poco tiempo: podemos reponernos con cierta prontitud de una herida. Otras huellas quedan por largo tiempo y nos lastran.
El golpe, lo sabemos, no es lo único de nuestra historia. Como tantas cosas, queda atrás, en ese pasado que luego nos condiciona de varias maneras.
Pero la vida no se detiene. Hay nuevos retos que afrontar, tareas sencillas que llevar a cabo, personas que esperan nuestra cercanía.
Ante los golpes de la vida, necesitamos abrir los ojos y descubrir que la esperanza supera hasta las heridas más profundas, hasta las penas que casi nos ahogan.
Existe un horizonte que da sentido a la difícil existencia humana. En ese horizonte, brilla una noticia que nunca pasa: Cristo ha vencido y está vivo.
Su victoria confirma la presencia de Dios en la historia y abre posibilidades insospechadas para todos, especialmente ante los sufrimientos de la vida.
Junto a Cristo podemos asumir ese golpe que acaba de llegarnos al correo electrónico: la noticia del accidente que se ha llevado a un ser querido.
Lloramos por quien nos “deja”. Al mismo tiempo, nos unimos a la Pascua. Algún día comprenderemos el sentido de ese golpe y de tantos momentos difíciles, y cómo el Señor ofrece siempre un amor eterno que nos salva…
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