Por P. Fernando Pascual
Se atribuyen frases famosas a grandes pensadores y científicos de todos los tiempos.
Sócrates habría dicho que… Platón enseñaba que… Según Aristóteles… La lista avanza en el tiempo, con nombres como los de Galileo, Newton, Kant y Einstein, entre otros.
El problema es que muchas de esas frases, así como anécdotas más o menos ingeniosas atribuidas a famosos, suelen ser falsas.
¿Por qué se produce este fenómeno? Porque se quiere atribuir una idea más o menos ingeniosa a quien podría darle una mayor visibilidad.
Así, si uno inventa que Sócrates habría dicho algo así como “No importa lo que dijo uno, sino lo que uno dijo”, la frase adquiere una mayor fuerza y se difunde ágilmente en libros, revistas, y las redes sociales.
Sin embargo, resulta necesario no atribuir a nadie lo que nunca dijo. En otras palabras: si una idea es buena, basta con lanzarla al ruedo, y si “vale” se difundirá, aunque la haya dicho una persona con pocos estudios.
Frente a tantas frases famosas que giran y giran, frases que en ocasiones se enriquecen con nuevos detalles a lo largo de su difusión y que aparecen con hermosas imágenes y música sugestiva, basta con hacer una sencilla pregunta: ¿dónde hay un libro serio que avale esa frase?
Si es de un autor cuyas obras están ante nosotros, sería posible encontrar fácilmente el lugar exacto de la frase en cuestión.
Si no tenemos obras de ese autor, haría falta al menos citar una fuente historiográfica seria, que explique cómo ha llegado ante nosotros la famosa frase que se le atribuye.
Es bueno, por lo tanto, cuando nos llega una frase llena de sabiduría que se atribuye a un gran personaje, acoger el contenido en lo que tenga de valor, y dudar prudentemente sobre si el personaje la haya pronunciado, o si se trata de un engaño más o menos inocente que merece ser señalado como lo que es, engaño.
Porque, como dicen que dijo alguien (con una buena búsqueda en internet es posible dar con el autor verdadero de esa frase), una verdad lo es tanto si la dice Agamenón como si la dice un porquero…
Imagen de Nicola Giordano en Pixabay