Por Rebeca Reynaud
Nadie en el mundo se preocupa tanto por nosotros como el Ángel Guardián. Nadie es tan leal, paciente, cariñoso y lleno de celo por nuestra salvación como él; él ha sido señalado por Dios para llevarnos al Cielo. Aunque pequemos y lo olvidemos, él está siempre presente, observándonos y protegiéndonos.
Los ángeles, obtengan o no obtengan resultados, hacen siempre su oficio, no se retiran de la custodia de las almas, están siempre en sus puestos, su voluntad es siempre estable para cumplir el encargo confiado a ellos. Si obtienen o no obtienen resultados, dan mayor o menos gloria a Dios, es decir, siempre le dan gloria, aunque un alma a su cargo se pierda (cfr. Luisa Picarreta, 5-20).
La Nueva Era da una versión distinta de la católica de lo que son los Ángeles y Arcángeles. Los ángeles son espíritus puros, son seres personales de naturaleza invisible creador por Dios, inteligentes, que colaboran como mensajeros en el ejercicio de la Providencia en la Historia de la Salvación. San Gregorio Magno escribe que “casi todas las páginas de los libros sagrados testifican que existen los ángeles y arcángeles” (Homilía 34 in Evang. 7: PL 76, 1249).
Lo primero que Dios creó fue lo más perfecto: los ángeles. El hecho de que los ángeles fueron creados, fue confirmado en el IV Concilio de Letrán (1215). El decreto llamado «Firmiter», contra los albigenses, habla del hecho de que ellos fueron creados, y que los hombres fueron creados después de ellos.
Los ángeles se representan en la pintura y en la escultura en forma de hombre o de niño, con alas en su espalda y con una aureola en su cabeza; pero se trata únicamente de algo simbólico que no corresponde a la realidad, pues los ángeles no tienen cuerpo.
Los ángeles fueron sometidos a una prueba y algunos no la pasaron: son los demonios. Si todo pecado comienza por la soberbia (Ecle 10, 12s), también su pecado comenzó por allí. Satanás, deslumbrado por su propia gloria, olvidó que dependía de Dios y negó esa dependencia. Se negó a reconocer la supremacía de Dios. San Atanasio también advierte que la soberbia fue lo que precipitó al demonio y a los ángeles caídos al abismo. Ahora tienen envidia de los seres humanos pues Dios nos destinó a ocupar los puestos que ellos perdieron en el cielo.
Tobías y Daniel son los libros más ricos del Antiguo Testamento sobre los ángeles.
Los Santos Padres aceptan que hay 9 coros angélicos que se agrupan en tres jerarquías.
- Los Serafines, los Querubines y los Tronos.
- Las Dominaciones, Las Virtudes y las Potestades
- Los Principados, los Arcángeles y los Ángeles.
San Jerónimo dice: “¡Cuan grande es la dignidad del hombre, que desde el día de su nacimiento tiene asignado un Ángel que lo proteja!”. Pero fue Santo Tomás de Aquino fue quien trazó la arquitectura de una angelología teológica. Es uno de los tratados en los que logra mayor cohesión y penetración. El tema de los ángeles le fascinaba.
El número de ángeles
“Determinó el término de las gentes según el número de los ángeles de Dios” (Deuteronomio 32,8). Frecuentemente se dice que el número de los ángeles es prodigioso (Daniel 7,10; Apocalipsis 5,11; Salmo 67,18; Mateo 26,539. Lo que sí es seguro es que hay más ángeles que personas humanas.
¿Cómo intervienen los ángeles en los hogares, en las escuelas, en las fábricas, en los cines, en los parlamentos, en la carretera?
Santo Tomás –el Doctor Angélico- encuentra la respuesta a esas cuestiones en la naturaleza misma de los ángeles. Conocen mejor que nosotros el mundo material y sus leyes. Ejercen sobre este mundo material un imperio misterioso. A San Pablo lo pica una víbora en la isla de Malta, probablemente fue una acción del ángel sobre la víbora (Hechos 28). El poder de los ángeles sobre el mundo animal es mayor que el de los domadores de leones y encantadores de serpientes.
Es un hecho palpable que no nos bastamos a nosotros mismos, que necesitamos habitualmente de la ayuda de los demás. En esta vida de relación participan no sólo los hombres, sino también los ángeles: “desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos a Dios “(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 336).
Sin embargo, es necesario dejarse ayudar. Los ángeles no pueden entrar en el interior de la conciencia, no tienen acceso a lo que el hombre piensa y desea; pueden conocerlo sólo si se lo manifestamos o si Dios se lo revela. Aquí se encuentra otro motivo para tratar al Ángel Custodio: hablar con él, decirle lo que nos pasa y lo que queremos, para que lo conozca y nos ayude. Ciertamente, con su inteligencia agudísima, basándose en signos —reacciones y actitudes, palabras o gestos— pueden llegara conocer nuestras intenciones y proyectos, o nuestras necesidades, y así alcanza a saber lo que nos conviene; pero habitualmente recibirá más ayuda del propio Custodio quien más le trate.
Nuestro ángel custodio
Nuestro ángel custodio se convierte en una ayuda valiosísima, pues además de las oraciones que le dirigimos, podemos entablar un diálogo frecuente, que se traduce en peticiones concretas y sencillas, a título de ejemplo: nos inspire para acudir con mejores disposiciones a la Eucaristía, la Confesión y nuestra oración personal; ayuda para recordar dónde dejamos aquel objeto aparentemente perdido; encontrar las palabras adecuadas para decir aquello que es delicado. Antes de salir de casa hay que pedirle que nos acompañe; que logremos localizar con prontitud una dirección hacia la cual nos dirigimos; también es conveniente pedirle que «hable» con el Ángel de aquella persona con la que particularmente es difícil tratar. También nos puede ayudar a saber corregir con cariño a los hijos; a procurar el cuidado y tratamiento a un enfermo; nos “soplan”, si queremos, qué decirle a aquella persona tan cercana a nosotros, pero muy alejada de Dios.
La ayuda del Ángel puede contribuir enormemente a la eficacia del trabajo, de la oración y del apostolado: es un gran aliado para vivir la coherencia de vida. El fin último de la misión del Ángel “es llevar al hombre a la posesión de la herencia eterna” (Santo Tomás, T.Th, I. q. 113, a. 5 ad 1).
La protección del Ángel Custodio es decisiva en la lucha interior, ya que por naturaleza está habilitado para este combate. Viendo el demonio bajar a la tierra para perseguir “a los que guardan los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesús” (Ps. CXXXVII, 1), los ángeles buenos descienden también, para defendernos. San Josemaría Escrivá dijo: “acude a tu Custodio a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones” (Camino, n. 567).
Los demonios
Los demonios son ángeles caídos, solitarios, concentrados en la amargura de su propia condenación. Buscan la condenación del hombre para la eternidad. La representación cristiana del diablo bajo la forma de un dragón deriva especialmente del Apocalipsis (9, 11-15; 12, 7-9), en donde se le menciona como el «ángel del hoyo sin fondo», «el dragón», «la serpiente antigua», etc. El exorcista, José Antonio Fortea, dice que las sesiones de espiritismo son una de las causas de posesión demoníaca y, probablemente, la más frecuente: “Prácticamente todo el mundo que ha jugado a la ouija (un tipo de espiritismo) tiene los demonios muy cerca. Y si se abusa de ese juego ritual es peligroso, porque el demonio puede actuar luego en ellos”. (Revista María Mensajera n. 295, agosto 2005).
El Padre Pellegrino Ernetti, célebre exorcista, fue recibido por Juan Pablo II, y le comentó: “Hay algunos Obispos que no creen en el demonio”. El Papa le respondió brevemente: “Aquel que no cree en el demonio, no cree en el Evangelio” (cfr. Entrevista a Gabriele Amorth en 30 Días, Roma, junio 2001).
Imagen de Wil Bolaños en Cathopic