Editorial

Hace años que estamos viviendo la Tercera Guerra Mundial a pedacitos, en capítulos, con guerras en todas partes”, advertía el papa Francisco poco tiempo después de que Rusia invadiera Ucrania. Con la nueva escalada de violencia en Israel y Palestina estas palabras del Papa se vuelven cada día más dolorosas: lejos de habernos traído solidaridad y paz, la pandemia del Covid-19 parece haber agudizado la violencia y el abandono entre las naciones.

Desde luego, la guerra si bien no es una condición del ser humano, sí lo es de los que se erigen por encima de los demás y asumen el poder. Ellos son los que impulsan los actos de barbarie. Y no van solos: a través de la ideología, de la coacción o de la victimización, hacen que los hombres y las mujeres tomen partido, se alineen y odien. Nos hacen “hijos de un dios menor”. Y tomamos las armas. Asesinamos al otro de palabra, de obra y de omisión.

La nueva exhortación apostólica de Francisco, “C’est la confiance” (“Es la confianza”) abre un hueco de luz intensa en este panorama sombrío de guerras que nos cubre hoy mismo. Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, esa monja carmelita que murió con 24 años en el Carmelo de Lisieux y fue proclamada doctora de la Iglesia por san Juan Pablo II, tiene un “caminito” con el que podemos remontar la desazón de estos momentos de nubes y presagios de borrasca. “Es el dulce camino del amor abierto por Jesús a los pequeños y a los pobres, a todos. Es el camino de la verdadera alegría”.

El grave problema de la humanidad sobreviene, justamente, cuando se le da la espalda a ese “caminito”. El ser humano se hace del poder y siente que puede tomar a los otros como sujetos de su voluntad. Teresita, la gran santa de los tiempos modernos, enseña a creyentes, ateos, agnósticos, musulmanes, hebreos o budistas, que no hay otro poder sino el poder del amor. Y que el amor tiene una sola fuente: Dios.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de octubre de 2023 No. 1477

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