Por Jaime Septién

Hace un año, por estas fechas, pensábamos (más bien, esperábamos) que la violencia en el mundo y en nuestro México iba a ir decreciendo. ¡Vana ilusión! Lejos de disminuir, aumenta la crueldad día con día. La Tercera Guerra Mundial en trozos que ha anunciado el papa Francisco con vehemencia sigue su marcha. Ahora con el terrible escenario de Israel en Gaza, que hace olvidar las atrocidades de Vladimir Putin en Ucrania.

En México se ha llegado a una cifra récord de asesinatos dolosos y desapariciones. El “cobro de piso” ya llega a más de la tercera parte del territorio nacional y la estrategia de “abrazos y no balazos” ha dejado a gran cantidad de familias y comercios a merced de los delincuentes. El macabro recuento diario de sangre nos ha dejado sin aliento. Y las voces de los obispos, de los sacerdotes, de los católicos y de los hombres y mujeres de buena voluntad –que somos mayoría en nuestro país—se alzan sin eco clamando en el desierto. La autoridad es sorda.

¿Hay esperanza de que 2024 sea diferente? Las elecciones del 2 de junio nos pueden —nos deben— poner en estado de máxima alerta. No solamente para evitar que se siga profundizando la polarización, sino también para hacer que la democracia (el bien posible, aunque sea modesto) se fortalezca y propicie la unidad entre los mexicanos. Es la única forma de salir adelante y reconstruir la Patria.

Los once millones de peregrinos que visitaron a la Virgen de Guadalupe este año en CDMX y los que lo hicimos en el resto del país, ¿no podríamos recuperar su mensaje y hacer de México su casita sagrada? Después, orar por la paz en el mundo. Y establecer microcosmos de paz en donde quiera que vivamos. No son tareas complicadas. Y totalmente necesarias.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de diciembre de 2023 No. 1486

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