Por Jaime Septién

En su Antropología la esperanza el erudito español Pedro Laín Entralgo (1908-2001) delimita tres formas de esperar: la espera inane, la espera circunspecta y la espera radical. Con el enorme dominio que tenía del idioma este historiador, médico, filósofo y lingüista católico nos pone en perspectiva tres modos de esperar la venida de Jesús; tres modos de vivir –o de soportar, según se vea– el Adviento.

La espera inane es aquella en la que no hacemos nada, simplemente esperamos la avalancha de fiestas, cócteles, regalos, piñatas y posadas, con el ánimo flojo, fingiendo que tenemos ganas de que llegue y pase la Navidad y el Año Nuevo como se espera que pase un resfriado o una visita incómoda.

La espera circunspecta es, como su nombre lo indica, aquella en la que “aguantamos” el aluvión con seriedad, sin hacer ni mover un dedo, pero dispuestos a “pasarlo bien” en este período en que la gente “anda como loca”. Un escalón más de la espera inane. Aquí se espera algo.

La espera radical es la espera cristiana, es decir, la espera en la que participa el que espera a alguien. Los cristianos esperamos la venida del Salvador no como un acontecimiento que fue, sino como una gran alegría que se renueva cada año. La Navidad y el tiempo de espera para “que llegue la Nochebuena” se pinta en el corazón como una forma de renovarnos, de pulir nuestra morada, de aderezarla con el calor de la paja y el candor de los ojos de María.

He escuchado muchas veces, aquí y allá, que la filosofía, que el pensamiento, que la literatura o la poesía poco tienen que ver con la fe “que nos gloriamos de profesar”. Este simple ejemplo de don Pedro Laín, lo desmiente: distinguir es comprender. Y la comprensión es la característica identitaria del ser cristiano, el que “espera contra toda esperanza”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de diciembre de 2023 No. 1482

Por favor, síguenos y comparte: