Por P. Fernando Pascual
Encontramos personas que tienen una clara tendencia a analizar y discutir sobre temas muy variados. Otras dedican menos tiempo a hablar y prefieren orientar su tiempo y energías a realizaciones concretas.
Así, en una parroquia hay quienes hablan largo y tendido sobre cómo mejorar la organización. Otros, en cambio, van por la mañana a limpiar el polvo, a ordenar las bancas, a arreglar las lámparas que no funcionan.
En una oficina de la administración pública, unos dedican largas pausas (mientras toman un café) a discutir sobre la calefacción, sobre los programas informáticos, sobre lo que hace o deja de hacer el jefe. Otros dedican su tiempo a responder a las peticiones de la gente, a afrontar los problemas de cada día, a realizaciones concretas.
En las familias también se da el fenómeno de quienes alargan la sobremesa para discutir sobre asuntos de la casa, sobre temas de la ciudad y sobre asuntos políticos, mientras otros recogen la vajilla, guardan la comida en la nevera y empiezan a limpiar los platos.
Conocemos el famoso refrán: del dicho al hecho hay mucho trecho. Ese refrán podría completarse con otro que aborda un tema parecido: ayuda mucho quien se aleja de discusiones inútiles y emplea su tiempo en realizaciones concretas.
El mundo está saturado de opiniones y diálogos que no llevan a ninguna parte, que incluso provocan una continua pérdida de tiempo. Lo que hace falta son corazones y mentes que ponen manos a la obra y se entregan alegremente a las mil tareas de la casa, de la empresa, de la parroquia, del centro para ancianos.
Hay que prestar atención para huir de conversaciones inútiles, que roban lo mejor de nuestro tiempo y de nuestras energías. Entonces podremos arremangarnos y, con alegría y generosidad, colaboraremos en la hermosa tarea de ser humildes trabajadores en la viña del Señor…