Por Martha Morales

Dios empezó a mirar el mundo desde aquí abajo, a través de la pupila asombrada de un Niño” (Enrique Monasterio). Lo que sucedió hace 21 siglos en Belén –el nacimiento de Cristo- es infinitamente superior a la creación entera. Nunca había sucedido nada más grande ni sucederá, porque el hecho de que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, se dispusiera a hacerse hombre lo supera todo. La Historia Universal gira en torno al hecho más importante: la venida de Cristo al mundo en Belén de Judá.

Al principio Dios quiso poner un pesebre y creó el universo para adornar la cuna. “La Navidad no es un aniversario, ni un recuerdo. Tampoco es un sentimiento. Es el día en que Dios pone un belén en cada alma. A nosotros sólo nos pide que le reservemos un rincón limpio (…) que abramos las ventanas y miremos al cielo por si pasaran de nuevo los Magos; que son verdad, que existen, y vienen siguiendo la estrella de entonces, camino del mismo portal” (Cf. E. Monasterio, El Belén que puso Dios, Ed. Palabra, España 1996, p. 9).

El nacimiento de Cristo es un hecho histórico, algo que ha sucedido de verdad y se ha convertido en acontecimiento. Es asombroso como esa noche en el establo, en esa cueva, percibida por los pastores a raíz del mensaje de los ángeles, Dios vino al mundo en persona. 

A la hora del parto de Santa María, un rayo grandísimo de luz inundó todo el espacio, y el Niño nació sin lastimar a su Madre, como pasa un rayo de sol a través de un cristal, dejándolo intangible. Nació un Niño hermosísimo, llorando.

— ¿Por qué llora, Madre mía?—, preguntaría más tarde una pastorcita.

— Por lo que sufrirá Jesús por el ser humano.

En ese momento bajaron miles de Ángeles a adorar a Dios hecho Niño. ¡Qué regalo tan precioso dio el Padre Eterno al mundo! ¡Qué maravillas hace Dios que hasta los animales, en el pesebre, se hincan ante su Creador! Ayuda mucho hacer un rato de oración frente al Nacimiento para darnos cuenta de que Dios pide algo a cada uno. Sólo darme por entero, sin reservarme una parte, responde plenamente a la dignidad humana.

Belén significa “Casa del pan”, como sabemos. Y María nos dio el Pan de vida. Santa María fue el primer Sagrario del mundo. El sagrario es el modo que Dios inventó para estar con nosotros.

Nuestro asombro es mayor cuando descubrimos que Dios se ha hecho miembro de la familia humana para que los hombres fuéramos de la familia divina. Así lo dice San Juan: “Ved qué amor ha tenido el Padre que nos llamamos hijos de Dios, y lo somos” (1 Jn 3,1). El misterio de la grandeza se Dios se manifiesta precisamente en su capacidad de humildad. Nos enseña que lo grande es ponerse al servicio de los demás. Aceptarlo es y seguirá siendo una revolución.

La deuda que por ello los hombres contraemos es impagable. Lo que anunció el profeta Ezequiel: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él… Yo mismo apacentaré mis ovejas” (34, 10-16), se cumple al pie de la letra cuando Jesús dice que él es el Buen Pastor. Hablar de la Navidad es tartamudear acerca del misterio.

Dios está muy cercano, pero “Jesús no vino a ponernos las cosas fáciles”, dice Benedicto XVI, sino que arroja fuego a la tierra, el fuego del Espíritu Santo. La paz que trae Jesús “nos arranca de nuestras comodidades impulsándonos al combate, a sufrir por la verdad. Sólo así puede surgir la paz verdadera frente a la paz aparente (…) Porque la primera obligación del cristiano no es el , sosiego, sino defender la grandeza que Cristo nos ha regalado, y esto puede convertirse en un sufrimiento, en una lucha hasta llegar al martirio, y precisamente así es pacificador” (Dios y el mundo, p. 210).

El Papa Benedicto, en una Navidad dijo: En Navidad, el Omnipotente se hace Niño y pide ayuda y protección; su modo de ser Dios pone en crisis nuestro modo de ser hombres; su llamada a nuestras puertas nos interpela, interpela nuestra libertad y nos pide que revisemos nuestra relación con la vida y nuestro modo de concebirla (…). Hombre moderno, adulto y, sin embargo, a veces débil en el pensamiento y en la voluntad, ¡déjate llevar de la mano por el Niño de Belén, no temas, fíate de Él!

Gillaume Derville escribe: “El Verbo se hace carne y lo contemplamos niño: “infans”, en latín, lo que significa literalmente “que no habla”. La Palabra no sabe hablar. El silencio de Dios invita a la adoración. Isaías había profetizado: “En el silencio y en la esperanza residirá vuestra fortaleza”; y Benedicto XVI comenta: “Las circunstancias adversas son misteriosamente ‘abrazadas’ por la ternura de Dios” (Verbum Domini, 106).

Imagen de Rainer Maiores en Pixabay


 

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