El Cardenal Secretario de Estado, que está en Dubai para participar en la COP28, comparte con los medios vaticanos las preocupaciones y esperanzas del Papa por la crisis climática, las guerras y las divisiones que desgarran el planeta. Sobre las crisis en Oriente Medio y la guerra entre Rusia y Ucrania reitera el compromiso constante de la Santa Sede en la construcción de la paz.
Por Massimiliano Menichetti – Vatican News
Será el Secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, quien inicie los trabajos de la delegación de la Santa Sede en la COP28, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebra en Dubai. La llegada está prevista para hoy, 1 de diciembre, día en el que estaba prevista la llegada del Papa a los Emiratos Árabes Unidos. Francisco «con gran pesar» ha tenido que renunciar a este viaje para evitar el empeoramiento de la inflamación pulmonar que le ha afectado en los últimos días.
Eminencia, el Papa no podrá participar en la Conferencia Internacional sobre el Clima de Dubai, como hubiera sido su deseo. ¿Cuáles son las expectativas y esperanzas de Francisco para la COP28?
En el corazón del Papa está la conciencia de la necesidad de actuar para el cuidado de la casa común, la urgencia de posiciones valientes y un nuevo impulso a las políticas locales e internacionales para que el hombre no se vea amenazado por intereses partidistas, miopes o depredadores. La COP28 está llamada a dar una respuesta clara de la comunidad política para afrontar con determinación esta crisis climática en los plazos urgentes que indica la ciencia. El Papa no pudo ir a Dubai, pero la decisión de estar allí, la primera vez para un Papa, surgió claramente de la Laudate Deum, en la que recuerda que se cumplen ahora ocho años de la publicación de la Carta Encíclica Laudato si’ y en la que quiso compartir con todos el sufrimiento del planeta y las «sentidas preocupaciones» por el cuidado de la casa común. El Papa explica que «con el paso del tiempo… no reaccionamos suficientemente, ya que el mundo que nos acoge se está desmoronando y quizás se acerca a un punto de ruptura». No sólo los estudios científicos ponen de manifiesto los graves impactos del cambio climático producido por el comportamiento antrópico, sino que ya es cotidiano asistir en todo el mundo a fenómenos naturales extremos que afectan gravemente a la calidad de vida de gran parte de la población humana y, en particular, al componente más vulnerable a la crisis climática que ha sido el menos responsable en provocarla.
El Santo Padre ha hecho repetidos llamamientos a la valentía, pidiendo a los gobiernos políticas para una ecología integral, para proteger a la humanidad y la casa común. ¿Cuáles son las expectativas para la COP28?
También en este punto, la Laudate Deum es muy clara: «Si confiamos en la capacidad del ser humano de trascender sus pequeños intereses y de pensar en grande, no podemos dejar de soñar que esta COP28 dé lugar a una marcada aceleración de la transición energética, con compromisos efectivos y susceptibles de un monitoreo permanente. Esta Convención puede ser un punto de inflexión, que muestre que todo lo que se ha hecho desde 1992 iba en serio y valió la pena, o será una gran decepción y pondrá en riesgo lo bueno que se haya podido lograr hasta ahora» (n. 54).
De hecho, la esperanza es que la COP28 pueda dar indicaciones claras para favorecer esta aceleración. Una transición energética que puede declinarse de varias maneras, empezando por la reducción gradual y rápida de los combustibles fósiles mediante un mayor uso de las energías renovables y la eficiencia energética, así como mediante un mayor compromiso con la educación para la ecología integral.
Es bueno reiterar lo que el Santo Padre y la Santa Sede han repetido a menudo: los medios económicos y técnicos para contrarrestar la crisis climática son necesarios, pero no suficientes; es indispensable que vayan acompañados de un proceso educativo que incida en cambios en los estilos de vida y en los medios de producción y consumo, orientados a promover un modelo renovado de desarrollo humano integral y de sostenibilidad, basado en el cuidado, la fraternidad, la cooperación entre los seres humanos y el fortalecimiento de esa alianza entre el ser humano y el medio ambiente que, como decía Benedicto XVI en Caritas in veritate, «ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos» (no. 50).
El Papa reiteró que, tras la conferencia de París de 2015, se produjo de hecho un declive, un desinterés. Eminencia, usted ha seguido de cerca estos acontecimientos. ¿Se da cuenta el mundo de los peligros?
La crisis climática es muy compleja, pero es «un problema social global que está íntimamente relacionado con la dignidad de la vida humana» (Laudate Deum, nº 3). Además, está vinculada a un comportamiento humano de aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero que tiene consecuencias a largo plazo: se remontan al periodo posterior a la revolución industrial de finales del siglo XVIII, pero se han acentuado fuertemente con el paso del tiempo: como indica el IPCC, el organismo científico de la ONU que estudia el cambio climático, más del 42% del total de las emisiones netas desde 1850 se produjeron después de 1990. Son lapsos de tiempo que van mucho más allá de los breves ciclos electorales a los que tienen que responder los políticos. Se trata, sin duda, de un primer problema.
Además, desde 2015 ha habido una serie de crisis, baste pensar en los Covid o en los persistentes problemas humanitarios que invaden nuestra sociedad. Los conflictos en Ucrania y en la zona israelo-palestina son solo dos ejemplos sorprendentes de cómo los conflictos localizados no solo tienen un impacto inaceptable y devastador en las poblaciones civiles locales, sino que también tienen profundas repercusiones económicas y sociales en todo el mundo. He aquí una segunda cuestión: estas crisis corren el riesgo de desviar la atención de la comunidad internacional hacia la cuestión climática.
Lamentablemente, el cambio climático avanza y no espera a que se ponga en práctica la «buena voluntad» del ser humano. Lo que hace falta es que la comunidad internacional no sólo tome nota de ello, sino que se dé cuenta concretamente de que, para combatir la crisis climática, o ganamos juntos o perdemos juntos. En la COP26 de Glasgow, el Santo Padre envió un Mensaje en el que indicaba que «Las heridas causadas a la humanidad por […] el cambio climático, son comparables a las resultantes de un conflicto mundial. Al igual que tras la Segunda Guerra Mundial, hoy es necesario que toda la comunidad internacional dé prioridad a la puesta en marcha de acciones colegiadas, solidarias y con amplitud de miras”. El verdadero enemigo a combatir son los comportamientos irresponsables que repercuten en todos los componentes de nuestra humanidad de hoy y de mañana. La respuesta debe ser rápida y cohesionada.
Sería bueno que la COP28 contribuyera a poner en práctica el deseo expresado por el Papa Francisco en Laudato si’: «mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades» (n. 165). Hay esperanza en ello, ya que la humanidad posee los medios y las capacidades para asumir tales responsabilidades.
La COP28 se celebra en los Emiratos Árabes Unidos, mientras continúa el conflicto entre Israel y Hamás. ¿Cómo ve la Santa Sede esta situación?
El atentado terrorista perpetrado el 7 de octubre por Hamás y otras organizaciones palestinas contra la población de Israel ha causado una grave y profunda herida en los israelíes y en todos nosotros. La seguridad de esa población se ha visto seriamente comprometida de un modo tan brutal e increíblemente en tan poco tiempo. El Santo Padre lo dijo desde el principio: «El terrorismo y los extremismos no ayudan a alcanzar una solución al conflicto entre israelíes y palestinos, sino que alimentan el odio, la violencia, la venganza, y solo hacen sufrir a los unos y a los otros» (Audiencia general, 11 de octubre de 2023).
Y, en efecto, el proceso de paz israelo-palestino, que ya sufría ralentizaciones y estancamientos, se ha vuelto ahora aún más complejo. Por otra parte, tal vez éste fuera el objetivo de los terroristas ya que, como siempre han declarado, los milicianos de Hamás no tienen en su horizonte la paz con Israel, al contrario -irresponsablemente- desearían su desaparición. Esto, sin embargo, no se corresponde con la voluntad que siempre ha asegurado la Autoridad del Estado de Palestina, en particular el Presidente Mahmud Abbas, de querer un diálogo con el Estado de Israel para la plena realización de la solución de los dos Estados, promovida desde hace tantos años por la Santa Sede junto con un estatuto especial para la Ciudad Santa de Jerusalén. Por eso espero que en el futuro haya vías sinceras de diálogo, aunque ahora las veo muy estrechas. En los jardines vaticanos está ese olivo que plantaron en 2014 el presidente israelí Shimon Peres y el presidente palestino Mahmoud Abbas, junto con el papa Francisco y el patriarca Bartolomé. Seguimos regándolo con el agua de la esperanza, que brota de la oración y también del trabajo diplomático.
Sin embargo, estos días veo un rayo de luz en los negociados que han permitido una tregua y la liberación de diversos secuestrados israelíes y de otras nacionalidades. Lamentablemente hoy hemos sabido que los combates han recomenzado. La Santa Sede espera que lo antes posible cesen las violencias. Creo que los esfuerzos de diálogo realizados por Egipto y Qatar, junto con los Estados Unidos de América, son realmente dignos de elogio, junto con la voluntad del gobierno israelí de alcanzar una solución para todos los rehenes lo antes posible. Me alegra verdaderamente ver que esas personas pueden reencontrarse con sus familias. También rezo y me solidarizo con la angustia de las demás familias que siguen sin poder abrazar a sus seres queridos, todavía secuestrados en Gaza. Esperamos que todos ellos sean liberados pronto.
Al mismo tiempo, la situación humanitaria en la Franja de Gaza es motivo de gran preocupación para la Santa Sede. Miles de víctimas, hablamos de más de 15.000, heridos, desaparecidos. Parece que no hay ningún lugar seguro, incluso las escuelas, los hospitales y los lugares de culto están siendo objeto de usos impropios y de batallas. Más de un millón de personas se han quedado sin hogar, teniendo que desplazarse al sur de esa pequeña franja de tierra palestina. Es realmente encomiable el papel de Egipto que está proporcionando y coordinando la llegada de ayuda humanitaria, así como el de Jordania, Qatar y Emiratos Árabes Unidos que la están enviando e intentando ayudar a la población palestina. No podemos olvidar y alentar el esfuerzo humanitario que las agencias de la ONU están realizando en Gaza. Por lo tanto, ahora es necesario que cesen definitivamente los combates y que se encuentren otras vías para que Hamás y las demás organizaciones palestinas puedan desarmarse, y dejen de ser una amenaza terrorista para los israelíes, pero también para los propios palestinos.
Como ya ha dicho el Santo Padre, este conflicto, que afecta a Tierra Santa, toca los corazones y las emociones de todos. Se siente mucho la rabia de tantos por lo que sucedió el 7 de octubre en Israel, pero también por lo que está sucediendo en Gaza, y ahora por los horribles reflejos que este conflicto está produciendo en las sociedades de algunos países. Me refiero, en particular, al creciente número de actos de antisemitismo que se han producido en muchos países. Como ha dicho muchas veces y con gran determinación el Santo Padre: el antisemitismo es una negación de los propios orígenes, una contradicción absoluta, porque un cristiano no puede ser antisemita. Nuestras raíces son comunes. Sería una contradicción de fe y de vida. Y no sólo para los cristianos: para todos, defender la libertad de los demás al profesar su fe es un acto humano, mientras que ultrajarla es inhumano, como sucedió en la vergonzosa Shoah.
La Santa Sede también sigue de cerca la guerra entre Rusia y Ucrania. ¿Cómo continúa la labor de la diplomacia vaticana en este contexto?
El compromiso de la Santa Sede no ha disminuido y sigue centrándose en las cuestiones humanitarias, en particular en la repatriación de los menores ucranianos. Los diversos intercambios de información entre las partes ucraniana y rusa, a través de las Nunciaturas Apostólicas presentes en los dos países, han permitido conocer la suerte de decenas de niños. Un resultado alentador, logrado también gracias a la implicación explícita de la Santa Sede, como indica la Oficina del Comisario Presidencial para los Derechos del Niño de la Federación Rusa, fue la repatriación de Bogdan Yermokhin, que tuvo lugar la noche antes de que cumpliera 18 años. Además, se está perfeccionando el mecanismo iniciado tras la misión del cardenal Zuppi, lo que promete mejores resultados. Esperamos que este esfuerzo abra también la vía al diálogo sobre otras cuestiones.
Eminencia, ¿sigue mereciendo la pena albergar esperanzas en estos tiempos complejos desgarrados por las guerras, la violencia y las privaciones?
Ante las tragedias que siguen afligiendo a la humanidad, todos nos sentimos perdedores y estamos tentados de ceder a la desesperación y al fatalismo. Con el Papa Francisco, yo también quiero repetir «no dejemos que nos roben la esperanza», sobre todo cuando el camino de la vida se topa con problemas y obstáculos que parecen insuperables. Por supuesto, la esperanza exige realismo. Exige que llamemos a los problemas por su nombre, conscientes de que las numerosas crisis morales, sociales, medioambientales, políticas y económicas que vivimos están interconectadas, y lo que vemos como problemas individuales son en realidad una causa o consecuencia de los demás. Pero la esperanza exige entonces el coraje de actuar; la audacia de arrojar el corazón por encima del obstáculo, de renunciar al mal y salir del angosto espacio de los intereses personales o nacionales, de dar cada día esos pequeños pasos posibles de bien para intentar mejorar situaciones complicadas y sembrar la paz con paciencia y confianza.
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