Por Rebeca Reynaud

Hablar del Corazón de Jesús es hablar de la bondad de Dios. Esta devoción tiene un papel crucial en nuestros días; incluye la devoción a la Preciosa Sangre y a las llagas de Cristo. A muchos les gusta decirle a Jesús esta jaculatoria: “Dentro de tus llagas, escóndeme”.

Si Jesús nos preguntara: Tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? ¿Qué le contestaríamos?

¿Por qué se ha enfriado por décadas la devoción al Sagrado Corazón? Por la falta de capacidad para entusiasmarse por todo lo que no es tangible, por el apego a los bienes y placeres y por una insuficiente comprensión de su base teológica. Quien quiera evangelizar deberá primero recostar su cabeza sobre el pecho de Jesús, como San Juan Evangelista. Solamente un corazón que arde en el amor a Dios, convierte en cenizas cualquier forma de ateísmo oculto.

Un antiguo antecedente está en el siglo XIII, siglo de Santa Gertrudis la Grande (1256-1302), que fue una religiosa benedictina alemana, de gran cultura filosófica y literaria. En la fiesta de San Juan Evangelista, Santa Gertrudis tuvo una visión de Nuestro Señor, quién le permitió descansar su cabeza en la Llaga de Su costado.  Al escuchar el palpitar de su Corazón, ella se volvió hacia San Juan, allí presente, y le preguntó si había escuchado lo mismo cuando se reclinó sobre el pecho del Señor. Le preguntó porqué guardó un silencio absoluto sobre ello, para nuestra instrucción. El santo le contestó: “Mi misión era escribir, para la Iglesia que estaba aún en su infancia, escribir algo que diera motivo al hombre de ejercitar su intelecto, aunque no pudiera poseer un conocimiento completo y satisfactorio. A los últimos tiempos les está reservada la gracia de oír la voz de esos benditos latidos del Sagrado Corazón de Jesús. A esa voz, el mundo, debilitado en el amor a Dios, se renovará, se levantará de su letargo y, una vez más, será inflamado en la llama del amor divino por la revelación de estos misterios”. — Legatus divinae pietatis, IV, 305; «Revelationes Gertrudianae», ed. Poitiers and Paris, 1877.  Santa Gertrudis sufrió diez años enfermedades penosas y murió el 17 de noviembre de 1302.

Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690) nació en Borgoña, Francia. Fue la quinta de 7 hijos. El 27 de diciembre de 1673, día de San Juan Apóstol, Margarita estaba arrodillada ante el Santísimo Sacramento y tuvo la primera revelación del Señor. Ella lo cuenta así: «Estando yo delante del Santísimo Sacramento el Señor me hizo reposar sobre su pecho divino, y me descubrió las maravillas de su amor y los secretos de su Corazón. Él me dijo:

«Mi Divino Corazón está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo, los cuales contienen las gracias necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad, a fin de que sea todo obra mía (…). Luego, me pidió el corazón, poniéndolo en el suyo, desde el cual me lo hizo ver como un pequeño átomo que se consumía en el horno encendido del suyo, de donde lo sacó como llama encendida, diciéndome: He ahí, mi bien amada, una prenda de mi amor, que encierra en tu costado una chispa de sus más vivas llamas, para que te sirva de corazón y te consuma, y cuyo ardor no se extinguirá; te marcaré con la Sangre de mi Cruz, lo que te reportará más humillaciones que consuelos. Y como prueba de que la gracia que te acabo de conceder no es nada imaginario, aunque he cerrado la llaga de tu costado, te quedará su dolor y, si hasta el presente has tomado el nombre de esclava mía, ahora te doy el de discípula muy amada de mi Sagrado Corazón.»

En la segunda aparición, continúa Margarita,  «me hizo ver que ¾el ardiente deseo que tenía de ser amado por los hombres y apartarlos del camino de la perdición, en el que los precipita Satanás en gran número¾ le había hecho manifestar su Corazón a los hombres, con todos los tesoros de amor, de misericordia, a fin de que cuantos quieran rendirle honor, queden enriquecidos con los divinos tesoros del Corazón de Dios (…). Que esparciría sus gracias y bendiciones por dondequiera que estuviere expuesta su santa imagen, y que tal bendición sería como un último esfuerzo de su amor, deseoso de favorecer a los hombres en estos últimos siglos de la Redención, a fin de apartarlos del imperio de Satanás, para ponernos en la libertad del imperio de su amor».

Estas revelaciones tendrían que pasar primero por muchos exámenes y sufrir mucha oposición. En el primer viernes de junio de 1674, fiesta de Corpus Christi, tuvo Margarita la tercera gran revelación. Una vez entre otras, escribe Margarita, «Jesucristo, mi Amado, se presentó delante de mi resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas brillantes, como cinco soles y despidiendo de su sagrada humanidad rayos de luz de todas partes pero, sobre todo de su pecho, que parecía un horno encendido.» Entonces Jesús explicó que había llegado hasta el exceso con los hombres, de quienes no recibía sino ingratitudes.

Dice Jesús a Margarita: «la ingratitud humana fue lo que más me dolió en mi Pasión, si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos; (…). Sin embargo, sólo frialdades y desaires tienen para mí». Ante estas palabras, Margarita solo podía expresar su impotencia, Él le replicó: «Toma, ahí tienes con qué suplir cuanto te falte.» Y del Corazón abierto de Jesús salió una llamarada tan ardiente, que pensó que la iba a consumir. Jesús dijo: «Yo seré tu fortaleza, nada temas, sólo has de estar atenta a mi voz (…). Primeramente, me recibirás en el Santísimo Sacramento tanto como la obediencia tenga a bien permitírtelo; recibirás algunas mortificaciones y humillaciones como gajes de mi amor. Comulgarás todos los primeros viernes de mes, y en la noche del jueves al viernes, te haré participe de la tristeza mortal que sentí en el Huerto de los Olivos, esa tristeza es una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Póstrate conmigo durante una hora, con la cara en el suelo, tanto para apaciguar la cólera divina, pidiendo por los pecadores, como para aliviar la amargura que sentí por el abandono de mis apóstoles. No hagas nada sin permiso de los que te guían, a fin de que el demonio no pueda engañarte, ya que no tiene poder alguno sobre los obedientes.»

En otro momento, Santa Margarita explica: Entendí que la devoción al Sagrado Corazón es el último esfuerzo de su amor hacia los cristianos de estos últimos tiempos, para persuadirlos de amarle y salvarles.St. Margaret Mary, Antichrist and the End Times, Fr. Joseph Iannuzzi, p. 65.

La cuarta revelación se considera la más importante. Durante la octava del Corpus Christi de 1675, cuenta Margarita: Estando ante el Santísimo Sacramento, el Señor me descubrió su Corazón y me dijo «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombre y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, frialdades y menosprecios en este Sacramento de amor. Lo que más me duele es que se porten así los consagrados. Por eso te pido que el primer viernes, después de la octava del Corpus, se celebre una fiesta para honrar a mi Corazón».

El 17 de octubre del 1690 Margarita entregó su alma a su Señor, a los 43 años. Tres años después de su muerte el Papa Inocencio XIII empezó un movimiento que abriría las puertas a esta devoción. En 1856 el Papa Pío IX extendió la fiesta del Sagrado Corazón a toda la Iglesia. En 1920, Margarita fue elevada a los altares por Benedicto XV.

 

Imagen de Daniela en Cathopic


 

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