Por Fernando Pascual

El 4 de octubre de 2023, fiesta en Italia de san Francisco de Asís, el Papa Francisco publicaba una exhortación apostólica dedicada por entero a la situación climática y ambiental del planeta.

Su título era Laudate Deum. Con ella actualizaba reflexiones y propuestas ya ofrecidas por el mismo Francisco en la encíclica Laudato si’ (del año 2015).

La nueva exhortación apostólica tenía una breve introducción y luego 6 capítulos (o secciones). Las diferentes ideas estaban organizadas en 73 numerales.

Para comprender el sentido de Laudate Deum resulta útil tener una visión panorámica de la situación mundial, así como recordar algunas intervenciones de los dos Papas anteriores (Juan Pablo II y Benedicto XVI).

Nuestro planeta ha sufrido cambios radicales desde el rápido desarrollo de la tecnología y de sus aplicaciones, en lo que conocemos como “revolución industrial”, sobre todo a partir del siglo XIX.

Los cambios han provocado fenómenos novedosos, como un notable incremento de la población, un gran movimiento migratorio desde el campo hacia las ciudades, un aumento generalizado de la producción y del consumo de nuevos aparatos y bienes de consumo.

Al mismo tiempo, se ha desarrollado una fuerte conciencia ante cambios en el ambiente, sea por la contaminación en ríos, campos, ciudades, mares, y en la atmósfera en general, sea por cambios climáticos de diverso tipo.

Los cambios no han pasado percibidos para quienes trabajan en el ámbito de la cultura, con reacciones que van desde un optimismo hacia el progreso tecnológico, que, según los optimistas, sería capaz de solucionar los problemas que van apareciendo, hasta un pesimismo, que ve en los rápidos cambios de los últimos 200 años un grave peligro para el planeta y para la misma especie humana.

Frente a esta situación, la Iglesia ha ofrecido diversas reflexiones orientadas a comprender lo que ocurre y a recordar principios éticos que permitan evitar daños más o menos graves para el ambiente y para la humanidad.

Ya desde el inicio de su pontificado, Juan Pablo II ofreció, en su primera encíclica (1979) estas reflexiones:

«El inmenso progreso, jamás conocido, que se ha verificado particularmente durante este nuestro siglo, en el campo del dominio del mundo por parte del hombre, ¿no revela quizá él mismo, y por lo demás en un grado jamás antes alcanzado, esa multiforme sumisión ‘a la vanidad’? Baste recordar aquí algunos fenómenos como la amenaza de contaminación del ambiente natural en los lugares de rápida industrialización, o también los conflictos armados que estallan y se repiten continuamente, o las perspectivas de autodestrucción a través del uso de las armas atómicas: el hidrógeno, el neutrón y similares, o la falta de respeto a la vida de los no‑nacidos. El mundo de la nueva época, el mundo de los vuelos cósmicos, el mundo de las conquistas científicas y técnicas, jamás logradas anteriormente, ¿no es al mismo tiempo un mundo que ‘gime y sufre’ y ‘está esperando la manifestación de los hijos de Dios’?» (Redemptor hominis, n. 8, cf. también lo que se dice en el n. 16 de la misma encíclica).

En la segunda encíclica de san Juan Pablo II sobre temas sociales, titulada Sollicitudo rei socialis y publicada en el año 1987, se volvía sobre el tema de las consecuencias provocadas por ciertos modelos de industrialización. Aquí el texto:

«La tercera consideración se refiere directamente a las consecuencias de un cierto tipo de desarrollo sobre la calidad de vida en las zonas industrializadas. Todos sabemos que el resultado directo o indirecto de la industrialización es, cada vez más, la contaminación del ambiente, con graves consecuencias para la salud de la población.

Una vez más, es evidente que el desarrollo, así como la voluntad de planificación que lo dirige, el uso de los recursos y el modo de utilizarlos no están exentos de respetar las exigencias morales. Una de éstas impone sin duda límites al uso de la naturaleza visible. El dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de ‘usar y abusar’, o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de ‘comer del fruto del árbol’ (cf. Gen 2,16s), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a leyes no solo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune.

Una justa concepción del desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones ‑relativas al uso de los elementos de la naturaleza, a la renovabilidad de los recursos y a las consecuencias de una industrialización desordenada‑, las cuales ponen ante nuestra conciencia la dimensión moral, que debe distinguir el desarrollo» (Sollicitudo rei socialis, n. 34).

El párrafo apenas reproducido es sumamente rico, pues conecta el tema del desarrollo con la ética, y recuerda la distinción entre “usar” y “abusar” que viene de san Agustín y que Karol Wojtyla había empleado en su famoso libro Amor y responsabilidad.

En la encíclica apenas citada encontramos un poco más adelante otro número que aborda la cuestión ecológica y los peligros para el ambiente que surgen cuando se adopta una errónea manera de comprender al ser humano.

«Es asimismo preocupante, junto con el problema del consumismo y estrictamente vinculado con él, la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de ‘crear’ el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él.

Esto demuestra, sobre todo, mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo de poseer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella actitud desinteresada, gratuita, estética que nace del asombro por el ser y por la belleza que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado. A este respecto, la humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes y de su cometido para con las generaciones futuras» (Centesimus Annus, n. 37, cf. también el n. 40).

Si pasamos a Benedicto XVI, podemos recordar un capítulo entero ofrecido en una encíclica dedicada a los temas sociales y titulada Caritas in veritate (del año 2009). Se trata del capítulo IV, titulado «Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente». En una sección de ese capítulo (que abarca los nn. 48-52) expone más a fondo los temas ambientales. Sin resumir esa amplia sección, podemos al menos recordar lo que se dice al inicio del n. 48:

«El tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las conciencias. El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades materiales e inmateriales respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios» (Caritas in veritate, n. 48).

En el pontificado del Papa Francisco el tema de la tutela del ambiente ocupa un lugar clave, y se coloca en línea del magisterio anterior, con elementos de continuidad respecto de los párrafos apenas reproducidos y de otras intervenciones elaboradas en las últimas décadas.

Ocupa un lugar único sobre el tema la encíclica Laudato si’, publicada el 24 de mayo de 2015 y con la mirada puesta en la conferencia sobre el clima que iba a tenerse en París y conocida como COP21.

No resumimos ahora esta importante encíclica, sobre la que ya existen abundantes estudios y reflexiones. Nos fijamos ahora en algunos puntos clave del siguiente documento del Papa Francisco, la exhortación Laudate Deum, cuyas características generales fueron ya indicadas al inicio de estas líneas.

Un primer acercamiento al índice ya permite entrever los principales argumentos desarrollados por el Papa, que son los siguientes (según el elenco de capítulos o secciones de la exhortación):

  1. La crisis climática global
  2. Más paradigma tecnocrático
  3. La debilidad de la política internacional
  4. Las conferencias sobre el clima: avances y fracasos
  5. ¿Qué se espera de la COP28 de Dubai?
  6. Las motivaciones espirituales

Uno de los contenidos que más destaca se refiere a la crisis climática, que recibe diversas denominaciones (cambio climático, calentamiento global, etc.). El documento recoge algunos datos científicos y responde a quienes consideran que la situación no sería tan urgente o que los datos no permitirían señalar al ser humano como responsable de lo que está ocurriendo.

Para el Papa, sin embargo, las investigaciones recientes permitirían concluir que la humanidad es en parte responsable de los fuertes cambios que se constatan en el clima y el ambiente en general, y que sería urgente tomar medidas concretas para paliar los daños provocados y, sobre todo, para prevenir un empeoramiento drástico e irreparable de la situación (Laudate Deum, nn. 11-19, entre otros).

La raíz de la actual situación, como ya habían indicado los Papas anteriores, se encuentra en una mentalidad tecnocrática, unida a la ambición de poder, que lleva a perder la necesaria medida en el modo de relacionarnos con el mundo que nos rodea, un mundo que no puede ser visto como materia completamente disponible a cualquier deseo humano. Este punto ya había sido desarrollado en Laudato si’, y recibe en Laudate Deum nuevas reflexiones (sobre todo en los nn. 20-33, es decir, a lo largo de la segunda sección).

Laudate Deum cree que hay soluciones, pero constata cómo diversos esfuerzos internacionales, mencionados de modo específico, no han logrado poner en marcha proyectos eficaces que permitan afrontar los enormes retos que el mundo estaría viviendo en estos momentos.

Por eso el Papa subraya los posibles niveles de respuesta ante esos retos, dando un relieve especial a la multilateralidad, que no habría que confundir con un gobierno mundial radicado en una persona o en una élite (cf. n. 35).

En buena parte del documento se alude a lo que hasta ahora se ha emprendido, a nivel internacional, con menciones concretas a encuentros como los de París, y con la mirada puesta hacia la COP28 (Dubai, del 30 de noviembre al 12 de diciembre de 2023).

También se alude a otras posibles acciones, como las que se pueden emprender desde la sociedad civil, e incluso desde las personas particulares. Si bien el acto de una persona concreta o de una familia puede tener una relevancia mínima, sin embargo no deja de ser una contribución ante la emergencia actual. Así lo explica el documento en el n. 71:

«El esfuerzo de los hogares por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia, va creando una nueva cultura. Este solo hecho de modificar los hábitos personales, familiares y comunitarios alimenta la preocupación frente a las responsabilidades incumplidas de los sectores políticos y la indignación ante el desinterés de los poderosos».

En un intento por tener una visión de síntesis de Laudate Deum, destaca la llamada, dirigida a todos, a tomar conciencia de la grave situación que vive el planeta, así como la denuncia de aquellos errores ideológicos que han provocado la crisis ambiental. En concreto, el Papa señala el modo equivocado de exaltar el progreso tecnológico, el deseo desordenado de disfrute y la ambición de poder, sobre todo por parte de algunos grupos que tienen en sus manos buena parte del destino del planeta.

Al mismo tiempo, el Papa invita a todos a intervenir para paliar daños, para alejar peligros, y para abrir el camino de la humanidad hacia una mayor integración con el planeta en el que vivimos, desde la responsabilidad que tenemos sobre todo hacia las generaciones futuras, que dependen casi por completo de lo que ahora nosotros decidamos en favor del mundo que Dios nos ha dejado como don y como condición imprescindible de nuestra misma existencia terrena.

 
Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay


 

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