Por Alejandro Cortés González-Báez

Ante la Navidad caben varias opciones: Para muchos es un simple negocio, para algunos es una celebración cursi, para otros más, un día especialmente significativo en el que nos acercarnos de nuevo a la familia; hay quienes lo ven como un día cualquiera o, incluso, triste; y hay quienes la viven como la noche más esperada del año, pues festejan el amor de Dios por los hombres. Chesterton afirmó que “el hombre ha perdido la capacidad de asombro”.

Hay un fenómeno curioso, formado por un pequeño grupo de cultos incultos, es decir aquellos que caen con hambre de saber sobre los escaparates de las librerías enredándose en los transparentes hilos de una telaraña, pues como aclara Bernard Shaw: “El camino de la ignorancia está asfaltado de buenas ediciones”, y si eso le puede pasar a quienes leen, imagínense lo que sucederá con los que matan sus horas ante la pantallas chicas.

El hecho de que Dios haya venido a vivir entre nosotros se ha convertido en algo poco emocionante, y por lo tanto se ha devaluado, o mejor dicho, lo han devaluado —en sus propias vidas— quienes no se asombran de lo sucedido en Belén de Judá hace más de veinte siglos.

Si en Marte hubiera vida inteligente y los marcianos hicieran acto de presencia en nuestro planeta, el asunto sería de una categoría infinitamente inferior al nacimiento de Jesús, dado que ellos —en caso de existir— no serían más que simples seres haciendo turismo interplanetario. En cambio, el hecho de que Dios, sin perder su divinidad, haya aunado a ella nuestra naturaleza humana —siendo al mismo tiempo Dios y hombre verdadero— está totalmente fuera de orden.

No cabe duda que cada quien celebrará esa noche a su manera, pero quizás nos convenga reflexionar sobre lo que motiva este festejo. Si a usted le encomendaran decir algo a sus invitados, o a sus anfitriones y amigos, esta noche, ¿qué les diría? Pienso que hoy se justifica un poco de romanticismo, y echar a volar la imaginación para viajar en el espacio y en el tiempo en busca de ese niño, que siendo Dios se achicó tomando la forma de bebé.

“Gloria a Dios en el Cielo, y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad”.

www.padrealejandro.org

 
Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay


 

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