Por P. Fernando Pascual
En sus Sátiras, el poeta romano Juvenal (que vivió entre los siglos I y II de nuestra era) ofrece una frase que se ha hecho famosa: “Summum crede nefas animam praeferre pudori, et propter vitam vivendi perdere causas” (Satira VIII, vv. 83-84).
Se podría traducir así: “considera como la peor infamia anteponer la supervivencia a la honestidad, y por amor a la vida perder los motivos del vivir”.
La frase está encuadrada en una serie de juicios de valor sobre importantes personajes del mundo romano, algunos tratados de modo severo por Juvenal, otros presentados como modelos.
El contexto inmediato de la frase alude al tema de las presiones que uno puede recibir para que formule falsas acusaciones contra un inocente.
En concreto, pide al destinatario de su texto que no vaya a declarar en un asunto turbio, incluso si le amenaza algún poderoso tirano (se menciona el caso de Fálaris) con un castigo terrible, por ejemplo ser quemado lentamente dentro de un toro de bronce.
Era frecuente en el mundo antiguo aludir a la historia del toro de Fálaris. A ella recurrían, por ejemplo, los estoicos, para exaltar lo propio del hombre sabio, dispuesto a aceptar una muerte cruel con tal de vivir éticamente.
La famosa frase de Juvenal vale para todos los tiempos. En un mundo donde muchos ceden ante sus propias pasiones egoístas, o bajo presiones y miedos que vienen de fuera, la honestidad ética exige llegar al heroísmo.
En el ámbito cristiano, ese es el testimonio de tantos mártires, que prefirieron perder la vida antes que perder la fe. Esos mártires no mancharon su integridad interior por miedo a la muerte, pues tenían un tesoro por el cual valía la pena perder la existencia terrena.
Hoy, como siempre, necesitamos mártires. Algunos no derraman la sangre, pero sí pierden el trabajo, o son calumniados, o sufren una sutil y continua persecución entre los cercanos, o a través de la prensa y las redes sociales.
El que ha sido encontrado por la Verdad y conquistado por el Amor, que se llama Dios, tiene un motivo maravilloso para vivir: mantener en alto la bandera de una fe que alimenta la esperanza y lleva a la plenitud de lo único importante en la existencia humana: el amor.