Por Ma. Elizabeth de los Rios Uriarte

Colocar los nacimientos en nuestros hogares se ha vuelto una tradición que convoca a la familia pero que no siempre exhorta a la necesaria reflexión e introspección que debiera. Es por ello que recuperar el significado de los “Belén” conviene en este tiempo.

La historia se remonta hasta 1223 en la ciudad italiana de Greccio, donde San Francisco de Asís, inspirado por un viaje a Tierra Santa les propone a los pobladores reconstruir la escena del nacimiento del modo más realista posible, es por ello que los mismos ciudadanos fueron las representaciones vivientes de los personajes del nacimiento: José, María, los pastores, los Reyes Magos y hasta los animales fueron reales: el buey, la mula y las ovejas. Sólo el niño Jesús no fue de carne y hueso sino de terracota. La idea de San Francisco era recrear la escena para “ver con los ojos del corazón” y sentir lo que la sagrada familia había sentido esa noche.

Narran los biógrafos del santo que incluso él se acostó en el pesebre de paja y heno para realmente experimentar lo que el niño Jesús había sentido esa noche.

Esta experiencia tan vívida quedó narrada en las biografías de Tomás de Celano y de San Buenaventura, como una que generó un despertar de la espiritualidad de la población de Greccio invitándolos a la oración y a la adoración verdaderas.

Como San Ignacio propone en sus EE cuando habla sobre los pasos de la oración, el segundo, la composición del lugar, así San Francisco quería que se reviviera esa escena para vivirla y meterse en ella con la fe de sentirse uno con todos los personajes y poder ser testigos reales del mayor acontecimiento de nuestra historia.

Así lo narra San Buenaventura:

¡Y llegó el día del gozo, el tiempo del júbilo! Para la ocasión había convocados muchos frailes procedentes de distintos lugares; llegaron hombres y mujeres, alegres, desde los caseríos de la región. Cada uno llevaba algo según su propia posibilidad, cirios y antorchas para iluminar esa noche, en la que resplandeció maravillosa en el cielo la Estrella que iluminó todos los días y los tiempos. Al final llegó Francisco: vio que todo estaba predispuesto según su deseo y estaba radiante de alegría. Se montó el pesebre, se puso encima el heno y se introdujeron el buey y el asno. En esa escena conmovedora brillaba la sencillez evangélica, se alababa la pobreza, se recomendaba la humildad. Greccio se había transformado en una nueva ciudad de Belén. (…) El Santo está allí, estático, ante el misterio, su espíritu vibrante de compunción y de gozo inefables. Después el sacerdote celebró solemnemente la Eucaristía en el belén». (Leyenda mayor de San Francisco 10, 7 en Fuentes Franciscanas 1186).

La predicación y la Eucaristía fueron elementos centrales en la vivencia de esta escena que nunca pretendió ser sólo un símbolo ni un adorno sino una verdadera experiencia de cercanía con Jesús el dia de su nacimiento.

El día de hoy, en el lugar se encuentra un altar que se erigió como conmemoración de que la Eucaristía es el alimento que da vida.

Retomando este primer significado del Belén, el Papa Francisco en 2019 en su carta Admirabile Signum  nos hace la misma invitación que hiciera otrora San Frasncisco a los pobldores de Greccio:

«La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él. […] Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular». (Carta Admirabile Signum. Papa Francisco. 1 de diciembre 2019).

Que esta Navidad seamos capaces de recrear la escena del nacimiento no con figuras de cerámica o de barro como mero simbolismo sino en nuestras propias vidas y que nos metamos en la escena al grado de “sentir, oír, ver” lo que pasó esa gran noche, que le preguntemos a María lo que pasaba por su corazón y a José lo que significaba su silencio, a los pastores lo que los movió a ir al encuentro con ese Niño que acababa de nacer y a los Reyes Magos cómo fue que supieron que la estrella los guiaba a Él.

Vivir el nacimiento en la vida de cada uno es el mejor reaglo que nos podemos facilitar en esta temporada navideña. Ahí, en esa escena se nos devela un misterio, uno que nos lanza a la esperanza y que nos invita a la fraternidad.

 

Imagen de Foulques en Cathopic


 

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