Por P. Fernando Pascual

Las tentaciones llegan de muchas maneras a nuestras vidas. En ocasiones, son tan poderosas que nos parece casi imposible resistir.

Por eso resulta fácil ceder ante esas tentaciones de la carne, que tanto debilitan nuestro corazón, hasta hacernos esclavos.

O ante las tentaciones de la lengua: basta muy poco para ridiculizar y herir la buena fama de un familiar o de un conocido.

O ante las tentaciones de la ira y del odio, con su séquito de heridas en el propio corazón, y de acciones que pueden llevar incluso a guerras como las que explotan en tantos lugares del planeta.

O ante las tentaciones de la avaricia, con ese apego desmedido al dinero y a bienes materiales, hasta hacernos insensibles a las necesidades de otros.

¿Es posible vencer ese incesante ataque de las tentaciones, sobre todo cuando ya hemos “pactado” con ellas de modos más o menos explícitos?

Hay diversos consejos que nos ayudan a vencer la tentación y a vivir cerca de Dios y abiertos al amor de los hermanos.

Entre esos consejos, uno consiste en afrontar las tentaciones desde el recuerdo de lo mucho que Dios nos ama.

Así lo explicaba un autor anónimo de hace varios siglos: a la persona tentada “le resulta suficiente saber que [esta tentación] no agrada a Dios; y, por el amor con el cual se siente amada y al cual quiere responder con todo el amor de su corazón, permanecerá firme en su buen propósito y sabrá decir su «no» humilde y firme a la tentación”.

En ocasiones, por desgracia, cedemos a la tentación. El autor anónimo antes citado recomienda, entonces, lo siguiente: “Si le ocurre que cede [ante la tentación], en seguida irá a pedir perdón al Señor, no como un siervo rebelde que teme los azotes, sino como un hijo apenado por haber ofendido a un padre tan bueno. Y este, que es el verdadero dolor, purifica el alma y la aleja del peligro de recaer”.

Vencer las tentaciones desde el amor: podemos hacerlo, porque hemos podido ver, tocar, experimentar tantas veces ese continuo amor de Dios, que es un Padre lleno de misericordia, siempre dispuesto a perdonar y a ayudar a cada uno de sus hijos.

(Los textos aquí traducidos al español proceden del siguiente libro: Maestro di San Bartolo, Abbi a cuore il Signore, San Paolo, Cinisello Balsamo 2020, pp. 90-91).

 

Imagen de javivigp en Cathopic


 

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